rbol activa su propia ruina; las largas raices que
se sujetaban al suelo del prado tienen que resistir a un esfuerzo cada
vez mayor; ceden primero por un punto, luego por otro, y el arbol se
inclina cada vez mas. Grandes grietas se abren en el suelo violentado
por la tension de los cables subterraneos que sostienen el gigante
caido; el agua de lluvia se introduce por esas fisuras y las ensancha;
alrededor del tronco se forma una depresion circular que facilita mas el
desenterramiento de las gruesas raices. En un dia de tormenta o
inundacion se vence la resistencia de estas, se rompen las amarras y el
coloso cae con estrepito, rompiendo las ramas de los arboles de la otra
orilla; el arbol que cae, rompiendo sus ramas pequenas, llega a
descansar en la margen opuesta, convirtiendose en un gracioso puente,
sobre el cual se puede pasar sin temor. El acceso, no obstante, es algo
dificil. Por un lado, la entrada del puente tiene como obstaculo el
enorme abanico de raices arrancadas y el monton de tierra y piedras que
llenan los intersticios; y por el otro, las ramas enlazadas y las
astillas obstruyen el paso.
En una comarca virgen, donde el hombre deja sin su intervencion que se
realicen con el tiempo los fenomenos de la naturaleza, el arbol se
quedaria asi tendido al traves del arroyo durante anos enteros, hasta
que el agua cambiara de curso, o que el tronco, carcomido por los
insectos, desapareciese convertido en polvo. En nuestros paises
civilizados el campesino se encarga de cortar las raices a hachazos y
llevarse el tronco del arbol limpiando el suelo hasta de sus mas
pequenos trozos. La madera, vendida, se convierte en dinero y el pequeno
ramaje lo consume el fuego: solo quedan fragmentos de raices
subterraneas; sin embargo, el agua, cambiando de curso, concluira tarde
o temprano por arrastrar la tierra que las rodean y por dejarlas
aisladas en mitad del arroyo. Desde hace ya muchos anos las ramas
pequenas han sido atadas en haces y el tronco serrado en tablas pero se
ven surgir del fondo del arroyo los trozos de antiguas raices parecidas
a una hilera de estacas plantadas. La fecunda naturaleza ha ocultado con
su verde envoltura las roturas de la madera; sobre los viejos pedazos
esponjosos, un bosquecillo de musgo vegeta como un grupo de palmeras
sobre un islote del oceano. El trozo de raiz se reviste, despojado de su
corteza, de un mundo de plantas alegres y verdosas.
Antes que la inexorable hacha del lenador haya co
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