son menos sorprendentes. Como mas
grande, llama la atencion por el volumen de su cauce, por la fuerza de
su corriente, pero su majestuoso aspecto es casi siempre uniforme. El
arroyo, mucho mas pintoresco, aparece y desaparece alternativamente: se
le ve correr bajo la sombra, ensancharse como un lago y despues caer en
cascada como manojo de rayos luminosos, para ocultarse de nuevo en una
obscura caverna. Y el arroyo no solo es superior al rio por lo incierto
de su marcha y la belleza de sus orillas; lo es tambien por el impetu de
sus aguas: relativamente es mas fuerte que el rio Amazonas para
modificar sus orillas, variar sus sinuosidades, depositar bancos de
arena y emerger islas. La naturaleza revela su fuerza por sus agentes
mas debiles. Vista con el microscopio, la gota que se ha formado bajo la
roca, realiza una obra geologica relativamente mas grande que la del
oceano infinito.
El hombre, por su parte, ha sabido hasta el presente utilizar mucho
mejor las aguas del arroyo que las de los grandes rios. De estos, apenas
la milesima parte de su fuerza es empleada por la industria; sus aguas,
en vez de ramificarse por los campos en canales fecundos, son, al
contrario, encajonadas en diques laterales y detenidas inutilmente en su
cauce. El arroyo pertenece ya en la historia de la humanidad al periodo
industrial, que es el mas avanzado; el rio no representa sino una epoca
remotisima de las sociedades, aquella en la que las corrientes de agua
no servian mas que para hacer flotar algunas embarcaciones. Y aun esta
utilidad disminuye en nuestros dias, a causa de las carreteras y los
caminos de hierro que facilitan el transporte a los pueblos de las
riberas. Antes que el agricultor y el industrial consigan con entera
seguridad hacer trabajos para aprovechar las aguas del rio, es preciso
que cesen de temer sus desbordamientos, y sean duenos de distribuirlas
segun sus necesidades. Y hasta que la ciencia les suministre los medios
de someter al rio, resultaran impotentes para dominarlo, mientras vivan
aislados en sus trabajos, sin asociarse para regularizar en concierto la
fuerza, aun brutal, de la masa de agua que corre casi inutilmente por
delante de ellos. Como nuestros antepasados, continuamos todavia mirando
al rio con una especie de terror religioso, puesto que aun no lo hemos
dominado. No es, como el arroyo, una graciosa nayade con su cabellera
coronada de juncos; es un hijo de Neptuno que, en su formidable mano,
blande el
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