casi
deshecha embarcacion al medio de la corriente, y, de un salto vigoroso,
alcanzan la opuesta orilla; a veces se quedan cortos y caen sobre el
barro, pero la travesia, bien o mal, se ha realizado y se marchan
alegres a continuar sus proezas por el monte. A todo esto se reduce para
los ninos la navegacion por el arroyo. No obstante, cuando llega la
primavera, se entretienen construyendo pequenos navios vaciando un
pedazo de corcho donde plantan un palito cualquiera o a veces el
portaplumas, adornado en su extremidad con una bandera roja o azul;
luego, con gritos de alegria, lo arrojan al agua, dandole por toda
tripulacion algun insecto, esclavo de los terribles calafates.
Perfectamente inutil para el transporte de viajeros, el arroyo es casi
innecesario para la navegacion. Los bosques de la llanura han
desaparecido, reemplazados por los prados, los campos y los pueblos y
para los arboles cortados sobre las colinas, los caminos han facilitado
medios de transportes menos caprichosos que la corriente del arroyo.
Para imaginarnos el aspecto de nuestra corriente de agua y los servicios
para que la utilizaron nuestros antepasados en los tiempos de la
barbarie primitiva, nos es preciso atravesar el Oceano y desembarcar
cerca de las costas del mar de las Antillas, en uno de esos bosques de
Honduras, del Yucatan y el Mosquitos, donde los caribes y los zambos
cortan la acacia, el cedro y el campeche. El arroyo no es mas que una
larga calle abierta en el espesor del bosque; la superficie liquida,
sombreada por las bovedas de arboles, esta unida como un cristal; solo
los oblicuos rayos de luz que en algunos puntos agujerean la espesa
enramada, hacen brillar como pepitas de oro los mas pequenos insectos y
hasta el polen de las plantas; las lianas que se mojan en el agua la
rayan con pequenitos surcos negros donde vacila un instante la imagen de
las ramas. Repentinamente, en una vuelta aparecen algunos hombres
sentados en un tronco vaciado y seguidos de un gran haz de troncos,
medio sumergidos en el agua: es la armadia de acacia que resbala
silenciosa por la superficie del arroyo. La tripulacion no tiene que
hacer mas que dejar a la deriva el monton que le sigue, acompanando con
su cantinela la cadencia de los remos. Si algun obstaculo se presenta,
si los troncos se detienen sobre un banco de arena o una roca oculta,
los atletas caribes, de musculos poderosos y ancho torax de bronce,
ponen bien pronto a flote el convoy entero, y c
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