s cenagosas y cuando el sol las seca
un olor fetido se esparce por la atmosfera. Por fin, el arroyo,
convertido en cloaca, entra en la ciudad, donde su primer afluente es
una repugnante alcantarilla, con su enorme boca ovalada, cerrada con
barrotes de hierro. Casi sin corriente, por la escasa inclinacion del
suelo, la masa fangosa corre lentamente por entre dos lineas de casas
con sus paredes cubiertas de algas verdosas, su maderamen roido por la
humedad y sus enlucidos cayendose a pedazos. Por esas casas, donde
trabajan los peleteros, los curtidores y otros industriales, la
corriente cenagosa es aun una riqueza, y sin cesar los obreros
aprovechan el agua nauseabunda. Sus margenes han perdido toda forma
natural; ahora son murallas perpendiculares, en las que a trechos se ven
algunas gradas de escalera; sus orillas estan cubiertas de resbaladizas
losas; las curvas son aqui repentinas vueltas; en vez de ramas y
follaje, ropas extendidas sobre cuerdas, se balancean por encima del
foso, y tabiques u otras barreras, pasando de uno a otro lado, indican
los limites de propiedad.
Al fin la obscura masa penetra bajo una siniestra boveda. El arroyo que
yo he visto salir a la luz, tan limpio y alegre en el manantial, no es
ahora mas que una alcantarilla, en la que toda una ciudad arroja sus
desechos.
En un intervalo de algunos kilometros el contraste es grande. Alla
arriba, en el libre monte, el agua centellea al sol y transparente, a
pesar de la profundidad, deja ver las blancas piedras, la arena y las
hierbas estremecidas de su lecho; murmura dulcemente entre las canas;
los peces surcan la corriente, rapidos, como flechas de plata, y los
pajaros hacen temblar la superficie al choque de sus alas. En sus
orillas surgen mazos de flores; arboles llenos de savia extienden sus
largos brazos, y el que se pasea a lo largo de su orilla puede
tranquilamente descansar a su sombra, contemplando el esplendido cuadro
que se desarrolla entre dos sinuosidades.
iCuan diferente es el arroyo bajo las ciudades! El agua es igual en
substancia, pero solo para el quimico. En realidad, aparece cargada de
tantas inmundicias, que hasta es viscosa. No se ve luz bajo la sombria
boveda, sino de trecho en trecho, en que algun rayo de sol pasa por
entre barrotes de hierro, reflejandose sobre las viscosas paredes. La
vida parece ausente de esas tinieblas, pero existe, no obstante;
repugnantes hongos, alimentados por la podredumbre, crecen en los
rincone
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