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d repentinamente entre enemigos que acaban de despojarse de sus vestidos, con los cuales han adquirido la costumbre de verse y odiarse. Era cerca de una ciudad de las costas de Colombia, en la desembocadura de un profundo arroyo separado del mar por un estrecho banco de arena, contra el que se estrellan las olas. Todas las mananas, cientos de individuos pertenecientes a dos razas casi siempre en guerra, se encontraban en este punto del arroyo. De un lado, estaban los descendientes de los espanoles, mas o menos mezclados, que venian a hacer sus abluciones cotidianas; del otro, los indios que se aprovechaban de una tregua para dirigirse al mercado de la playa. De orilla a orilla se lanzaban miradas de odio y palabras de insulto, porque se acordaban de combates y degollaciones, de victimas estranguladas, ahogadas, enterradas con vida; pero cuando los guerreros rojos, despojandose de su tunica parecida a la de los antiguos helenos, aparecian con la resplandeciente belleza de sus formas y al lanzarse al rio para atravesarlo de unos cuantos empujes, se olvidaban del antiguo odio y hasta parecia que nos amabamos. A pesar de todo, ?no eramos hermanos? Tambien ellos me parecia que nos miraban sin ira, pero al salir del agua sacudian su larga y negra cabellera, alejandose altivamente sin volver la cabeza, desapareciendo muy pronto tras un saliente de la playa. CAPITULO XIV #La pesca# El arroyo no es solo para nosotros el mas gracioso ornamento del paisaje y el lugar encantado de nuestras alegrias; es ademas para la vida material del hombre un deposito de alimentacion, y su agua fecunda nutre las plantas y los peces que sirven para nuestra subsistencia. La incesante batalla por la vida, que nos ha hecho enemigos del animal de los prados y del pajaro del cielo, excita tambien nuestros instintos contra los habitantes del arroyo. Al ver la trucha resbalar rapida por la masa liquida como un rayo de luz, no nos contentamos con solo admirar la forma prolongada de su cuerpo y la maravillosa rapidez de sus movimientos, sino que lamentamos tambien no poder coger al animal y tener el placer de comernoslo. Esta terrible boca poblada de dientes que se abre en medio de nuestra cara, nos hace parecidos al tigre, al tiburon y al cocodrilo. Nosotros, como estos animales, resultamos bestias feroces. En siglos pasados, cuando nuestros ascendientes ignoraban el arte de cultivar el suelo y sembrar el grano alimenticio para convertirl
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