libres todavia. Lo mismo que a nosotros nos encanta el relato de la vida
salvaje en la selva virgen, lo mismo sentiran ellos el encanto cuando se
les hable del libre arroyo, donde multitud de peces errantes remaban
contra la corriente, retozones y alegres, con sus aletas y cola, o del
pez solitario que atravesaba la corriente como un rayo de luz apenas
entrevisto, o bien de las hierbas flotantes estremecidas constantemente
por las ocultas multitudes que las poblaban. Comparado con el guarda del
criadero de pescado, el pescador actual, sentado bajo la discreta sombra
de un arbol, les parecera una especie de Nemrod, un heroe de remota
antigueedad.
CAPITULO XV
#El riego#
Consolemonos, no obstante. En el porvenir que nos prepara la explotacion
cientifica de la tierra y sus riquezas, la mayor utilidad del arroyo no
sera la de ser una fabrica de carne viva. El agua que entra en tan
grandes proporciones en todos los organismos, plantas y animales, no
cesara de emplearse, como actualmente se hace, en alimentar el mundo
vegetal de sus orillas. Bebida por las raices que se mojan en el arroyo,
el agua sube de poro en poro por los intersticios capilares del suelo,
hincha de savia multitudes sin fin de arboles y hierbas, y sirve asi
indirectamente a la alimentacion del hombre por tuberculos, matas,
hojas, frutos y simientes. En el trabajo agricola es donde
principalmente el arroyo se hace un poderoso auxiliar de la humanidad.
Despues del sol, que lo renueva todo con sus rayos, el aire, que con sus
vientos y la mezcla incesante de gases puede llamarse "halito del
planeta", el agua del arroyo es el principal agente de renovacion. Por
el amor inmenso que hacia todo cambio sentimos, escuchamos con
satisfaccion el relato de las metamorfosis, sobre todo, aquellos de
nosotros que son aun ninos y que el conocimiento de las inflexibles
leyes no turba todavia su ingenua credulidad. Leyendo las _Mil y una
noches_, se complace nuestro espiritu viendo como los genios se
convierten en vapor y los monstruos nacen de un reguero de sangre; nos
gusta contemplar todos los objetos de la naturaleza, bajo los aspectos y
formas que adquieren sucesivamente, lo mismo que en el aire caliente del
desierto distinguimos tan pronto palacios con columnatas como ejercitos
en marcha.
En las fabulas de la antigueedad griega, en los mitos persas y en los
viejos cantos indostanes, lo lo que mas nos seduce son las
transformaciones de la piedra y de l
|