pe descargado sobre el tronco del arbol, pone en
movimiento todos sus musculos. En lucha con el enorme pino, que desde
muchos siglos vivia libremente en las faldas del monte, se sienten poco
a poco poseidos de ese furor que se apodera siempre de los hombres
consagrados a destruir otras existencias. Como el cazador persiguiendo
su presa, como el soldado dedicado a matar a sus semejantes, el cortador
de arboles enloquece en su obra de destruccion porque siente tener ante
si a un ser vivo. El tronco gime por la mordedura del acero, y su
lamento se repite de arbol en arbol por todo el bosque, como si
participaran de su dolor y comprendieran que el hacha se volvera contra
ellos tambien.
Por fin, el pino cae pesadamente sobre el suelo, rompiendo en su caida
las ramas de los arboles vecinos. Los lenadores rodean al coloso caido;
cortan las ramas y las extremidades flexibles, y luego, cuando esta
limpio el tronco, lo arrastran por las vertientes que rayan los flancos
del monte y por las cuales corren las piedras desprendidas y las nieves
fundidas en la altura. Cientos y a veces miles de palos se aproximan
sucesivamente cerca del precipicio con objeto de que un simple empujon
baste para lanzarlos rodando por la pendiente.
Cuando todos los preparativos estan terminados empieza el arrastre: los
troncos se ponen en movimiento por el plano inclinado; al principio
lentos y luego, con velocidad creciente, terminan su carrera en rapidez
vertiginosa, y, embadurnados de barro y despojados de su corteza,
arrastran en la caida tempestades de piedra para ir a parar al lago de
agua que se ha formado por un azud, al pie mismo de la pendiente.
Generalmente, los arboles caen asi, sin detenerse, pero a veces la
extremidad saliente de una roca o una punta de palo clavado en el suelo,
contiene la avalancha en su descenso; entonces es preciso que un hombre
baje y, con exposicion de su vida, pone en movimiento nuevamente los
troncos detenidos.
Por fin, todos los maderos, mas o menos enteros, se reunen en el lago
artificial; amontonados unos sobre otros, se mueven debilmente por la
presion del agua. Como animales cansados que el pastor acaba de encerrar
en el parque, descansan los troncos, esperando el momento de ponerse en
marcha. Nada mas extrano durante la noche que ver el espectaculo de esos
grandes monstruos tendidos y reflejando luz por los rayos de la luna.
Una manana, todos los maderos bajados del monte, se han agrupado sobre
la piedr
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