la vida de nuestros remotos antepasados. Sin ser esclavos por
la ignorancia como los salvajes, somos, como ellos, fisicamente libres
sumergiendonos en el agua; nuestros miembros no sufren el odioso
contacto de las ropas, y con nuestro vestido dejamos tambien sobre la
orilla una parto por lo menos de nuestros prejuicios de profesion o de
oficio; no somos ni obrero, ni comerciante, ni profesor; olvidamos por
una hora las herramientas, libros e instrumentos, y, vueltos al estado
natural, podriamos creernos todavia en las edades de piedra o bronce,
durante las cuales los pueblos barbaros levantaban sus chozas sobre
pilotajes en medio de las aguas. Como los hombres de remotas edades,
estamos libres de convencionalismos; nuestra gravedad de encargo puede
desaparecer para ser sustituida por franca y ruidosa alegria; nosotros,
civilizados, envejecidos por el estudio y la experiencia, nos
encontramos hechos ninos como en los primeros tiempos de la infancia del
mundo.
Recuerdo todavia con que extraneza vi por vez primera una compania de
soldados tomar el bano en un rio. Nino todavia, no podia imaginarme a
los militares de otro modo que con sus vestidos colorados, las hombreras
rojas o azules, los botones de metal, los diversos adornos de cuero, de
lana y tela; no los comprendia sino marchando a paso acompasado en
columnas regulares con tambores al frente y oficiales a los costados,
como si formaran un inmenso y extrano animal empujado hacia adelante por
no se que ciega voluntad. Pero, fenomeno hermoso; aquel ser monstruoso
al llegar a la orilla del agua, se fragmento en grupos o individuos
distintos; vestidos rojos y azules se arrojaban en montones como
vulgares ropas, y de todos esos uniformes de sargentos, cabos y simples
soldados, veia salir hombres que se arrojaban al agua lanzando gritos de
alegria. No mas obediencia pasiva, no mas abdicacion de su persona; los
nadadores, con voluntad propia por algunos instantes, se dispersaban
libremente por el agua: nada les distinguia a unos de otros. Pero,
desgraciadamente, al poco rato se oyo un silbido, y la salida se opero
repentinamente. Mientras nosotros continuabamos jugando en el arroyo,
nuestros companeros desaparecieron en sus trajes encarnados con los
botones numerados, y bien pronto los vimos alejarse marchando en linea
con paso monotono por la polvorienta carretera.
Desde entonces he tenido ocasion de ver, en otro clima distinto al de
Francia, como disminuye la hostilida
|