odos esos abonos al suelo que debe ser fecundado. Esperamos tambien,
puesto que sonamos en el porvenir y hacia el se dirigen nuestras
miradas, que los ingenieros encargados de la regularizacion del arroyo,
sabran hacer del gran deposito liquido de alimentacion, no una charca
vulgar con sus playas malsanas y aguas corrompidas, sino un lago puro y
encantador, sembrado por grandes arboles y bordado de plantas acuaticas,
para que el artista, lo mismo que el labrador, experimente un gran
placer al contemplar las aguas cristalinas bajadas de la montana.
El verdadero peligro para el porvenir, es el que el agua, considerada
con justicia por los campesinos como el mas preciado de sus tesoros, sea
utilizada hasta la ultima gota por los primeros en disfrutarla. En vez
de amenazar los campos con sus crecidas, el arroyo, sangrado por
innumerables arterias, puede quedarse seco, dejando en la pobreza a los
riberenos de su curso interior. Tal es la desgracia que ocurre ya en
algunas regiones del Mediodia, en la Provenza, en Espana, en Italia, en
la India. A su salida de los montes, el susurrante arroyo parece que
vaya a salvar de un solo salto la distancia que le separa del mar; su
espuma choca contra las piedras, corre precipitadamente por las
pendientes y llena las depresiones profundas de un azul insondable. Como
joven que entra en la vida sin desconfianzas, el arroyo encuentra
delante el espacio inmenso y quiere aprovecharlo; pero, a derecha e
izquierda, perfidas presas y pequenas esclusas, restan a su caudal
porciones de agua que van a ramificarse a lo lejos por los jardines y
las huertas. Empobrecido de azud en azud, el arroyo se convierte en
pequeno torrente, sus aguas sin impulso se arrastran serpenteando por
entre las piedras y luego desaparece bajo la arena, en la que el
campesino practica hoyos para recoger las ultimas gotas del precioso
liquido. Al llegar a los primeros campos de la llanura, el alegre arroyo
de los montes ha desaparecido por completo.
Sin embargo, desapareciendo de su cauce el agua corriente y dividida en
pequenas arterias sin nombre, no cesa un instante de trabajar. Reducida
a hilitos bastante pequenos para ser bebidos a su paso por las raicillas
de las plantas, entra mas facilmente en el torrente de la circulacion
vegetal para cambiarse en savia, luego en madera, en hojas y en flores,
y esparcirse de nuevo por la atmosfera mezclandose con los perfumes de
las corolas. En el llano, transformado en inmenso
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