cauce, empujadas por las
aguas, cambiaban lentamente de puesto como monstruos despertados de su
sueno y chocaban entre si produciendo un sordo ruido; arboles arrancados
de raiz, se levantaban fuera del agua y se sumergian pesadamente
rompiendose las ramas contra las piedras arrastradas; las orillas
temblaban sin cesar por los choques de los enormes proyectiles que el
agua furiosa lanzaba contra ellas. Durante toda la noche, el Chirua
continuo mugiendo, pero el estrepito disminuyo poco a poco; el agua,
negra por el arrastre de materias extranas, se aclaro un poco, y las
pesadas piedras que arrastraba la corriente se detuvieron en mitad del
cauce. Cuando los rayos del sol esparcieron por la superficie del arroyo
sus primeros reflejos, me parecio que el agua habia disminuido lo
suficiente para franquear el arroyo y continuar mi marcha despues de
liar mis ropas en una especie de turbante que rodeaba mi cabeza; me
aventure a franquear la corriente y, no sin peligro, consegui llegar a
la orilla opuesta. El rapido torrente hacia temblar mis piernas y
doblarse mis rodillas; guijarros de punta me cortaban los pies; pequenas
piedras arrastradas chocaban aun contra mi, y la corriente me empujaba
violentamente. Cuando llegue al fin, sano y salvo a la parte opuesta,
senti no haber tenido la buena idea del campesino austriaco, que
esperaba candida y pacientemente sobre las orillas del Danubio, que el
rio cesara de correr: algunas horas despues de mi paso, el Chirua no
era mas que un debil hilo de agua, serpenteando por entre las piedras,
que hubiera podido franquearse saltando de una a otra orilla.
Afortunadamente, estas crecidas repentinas, que debieramos llamar
avalanchas de agua, cambian de aspecto en la base de las montanas. En
los llanos donde la inclinacion del suelo es relativamente debil, y a
veces imperceptible, la masa liquida del arroyo pierde su fuerza de
impulsion y cesa de empujar las materias arrancadas de las laderas. Las
piedras son las primeras que se detienen, luego los objetos pesados, y,
por fin, el torrente, convertido en arroyo, no arrastra por el fondo de
su cauce mas que pequena grava, y solo lleva en suspension la fina arena
y la tamizada arcilla. Se calma la furia del diluvio, sobre todo,
despues de haberse unido a otros cursos de agua venidos de otras
regiones donde no ha llovido, o por lo menos, no al mismo tiempo. Sin
embargo, aun perdiendo su velocidad, el caudal aumenta sin cesar por los
afluentes que
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