tados Unidos de Colombia. El
dia habia sido hermoso; solo una tempestad habia estallado algunas
leguas de alli, en las gargantas superiores de la Sierra, y esta
tempestad habia contribuido a la hermosura del dia. El sol se habia
ocultado detras de un horizonte esplendoroso, cuya purpura realzaba el
extrano contraste de las nubes sombrias con reflejos de cobre,
ocultandonos las cimas de algunos montes, donde el estruendo del trueno
se oia sin cesar. A la caida de la tarde la violencia de la tormenta
habia terminado; cesaron los truenos, se apagaron los relampagos, e
inmediatamente la luna, asomandose por la cumbre lejana, parecio
dispersar por el cielo los jirones de nube, lo mismo que un navio rompe
con su proa las flotantes islas de alga.
Lleno de confianza y fatigado por una larga correria, no me entretuve ni
perdi tiempo en buscar un refugio. La arena del barranco brillaba a los
rayos de la luna y veia con agrado que me brindaba una cama mas blanda y
menos humeda que las hierbas del bosque; ademas estaba seguro de no
encontrar ninguna serpiente enroscada en la maleza, y contra todo otro
animal, tenia la ventaja de encontrarme en un espacio libre desde donde
podia, al menor aviso, distinguir a mi enemigo. Me desembarace de mi
mochila para convertirla en almohada, me afloje el cinturon y con el
cuchillo en la mano me tendi para descansar. Afortunadamente, los
mosquitos no cesaron de turbar mi reposo; como durmiendo con sueno
intranquilo, mi oido percibia vagamente todos los ruidos a mi alrededor
y oia la charanga enervante de los mosquitos y el saltar de los monos
chillones. Pero, repentinamente, al triste concierto se unio un murmullo
creciente parecido al de una multitud lejana que sollozaba, gemia y
gritaba desesperadamente. Mi sueno se hacia intranquilo por momentos,
cambiandose al instante en pesadilla y despertando sobresaltado. Ya era
hora; mis ojos, extraviados por el terror, distinguieron a corta
distancia una especie de muralla movible precedida de una masa espumosa
que avanzaba hacia mi con la velocidad de un caballo desbocado. Esa
muralla de barro, agua y piedras, era la que producia el terrible
estruendo que me habia despertado y me amenazaba. Recogi mi bagaje
precipitadamente, y a grandes saltos, consegui ganar la orilla del
torrente. Cuando volvi la vista, el furioso elemento cubria ya el punto
donde estaba acostado momentos antes. Las olas, amontonadas en
torbellinos, pasaban silbando; las piedras del
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