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dando por el remolino. Durante las grandes crecidas del arroyo, cuando sus aguas arrastran hacia el mar, no solamente bellotas de encina y ramitas de espino, sino arboles enteros, en el torbellino del pozo es donde termina, al menos por algun tiempo, la odisea de los troncos viajeros. Una manana, algunos amigos y yo fuimos a visitar la cascada para ver brillar a los primeros rayos del sol la espuma matizada de rosa. Un gran pino, desbranchado por sus choques contra las piedras, rodaba pesadamente por el charco. Jovenes y muy ignorantes aun de las cosas de la naturaleza, mirabamos con extranesa los sobresaltos e inmersiones del destrozado arbol. Traqueteado el tronco incesantemente por el movimiento de las aguas, iba desde la cascada a la roca y volvia luego de esta a la cascada; giraba aqui un momento, se perdia un instante en las olas de agua y espuma, y luego reaparecia por otro lado, levantandose fuera del abismo como el palo de un navio naufragado. Volviendo a caer con estrepito, flotaba lentamente hasta la extremidad del charco y chocaba contra una orilla, haciendolo retroceder a la catarata. Simbolo de los desgraciados a quienes persigue el destino inexorable, daba vueltas y mas vueltas con la incesante desesperacion de una fiera salvaje encerrada en una jaula de hierro. Entretanto, nosotros esperabamos candidamente que saliera del circulo fatal para verlo flotar sobre la corriente. Secretamente irritados contra el por su tardanza en continuar su viaje, nos habiamos prometido no marcharnos de alli hasta su salida para saborear con tal triunfo nuestra comida. Pero, iay de nosotros! el monstruo no puso termino a sus vueltas e inmersiones, y, atormentados por el hambre, nos hubimos de resignar a marcharnos avergonzados, no sin lanzar una mirada furiosa al tronco de pino que, impasible, continuaba dando vueltas aun. Antes de decidirse a partir, esperaba que la corriente cambiara de nivel. No solamente corre el agua por numerosas sinuosidades, torbellinos, curvas y remolinos, sino que ademas toda impulsion que viene de fuera se propaga en la superficie del arroyo, determinando redondeadas formas. Una hoja que se desprenda del arbol, un grano de arena que caiga de la orilla, hace rizarse el agua formando ligeros pliegues. Alrededor de la depresion se levanta un reborde circular rodeado por un pequeno foso. Un segundo circulo concentrico, luego un tercero, y otro y otros se forman alrededor del primero; la superfici
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