acia el espacio producen fina niebla
que el sol irisa. A veces tambien, encerrado bajo la masa del agua,
arrastra torrentes espumosos que se ven entre ella escurrirse a lo largo
de la roca como blancos espectros; bastante lejos, delante de la caida,
continua el torbellino del arroyo. Por cada lado ruedan violentos
remolinos en el fondo de los cuales chocan las piedras, produciendo para
las edades futuras "ollas de gigante". Por la fuerza del huracan que la
empuja, el agua, blanca y chispeante, entra rapida en el canal; sin
embargo, poco a poco su marcha se hace lenta y adquiere un tono de azul
calizo como el del opalo; luego, solo presenta ligeras estrias de
espuma, y poco despues encuentra su calma y su reflejo azul. Nada
recuerda ya la estrepitosa caida del arroyo, si no es la niebla de
imperceptibles gotas que se ve brillar a lo lejos sobre el raudal que
cae, produciendo un continuo mugido que hace vibrar la atmosfera.
Cierto que la modesta catarata del arroyo no es un mar que se despena
como el salto del Niagara; pero por pequeno que sea, no deja de producir
una impresion de grandeza a quien sabe mirarlo, y no pasa indiferente
por su lado. Irresistible e implacable, como si fuera empujada por el
destino, el agua que cae lleva tal velocidad, que ni el pensamiento
puede seguirla: se cree tener ante la vista la mitad visible de una
ancha rueda que gira incesantemente alrededor de la roca.
Contemplando esta corriente siempre la misma y renovandose sin cesar, se
pierde la nocion de la realidad. Pero para sentirse poderosamente
atraido por el vertigo de la cascada, es preciso mirar hacia arriba, por
encima del sitio donde el agua cesa de correr y, describiendo su curva,
se lanza libre al espacio. Los botones de espuma y las hojas
arrastradas, llagan lentamente a la compacta masa como viajeros cuya
quietud nadie turba; despues, repentinamente, se les ve temblar, dar
vueltas sobre si mismos y, aumentando la rapidez a cada instante, se
precipitan en los pliegues del agua para desaparecer en la caida. Asi,
en infinita procesion, todo lo que baja por la superficie del agua
obedece a la atraccion del abismo; todos estos objetos se ven
desaparecer como rapidas estrias, como pequenas visiones que desaparecen
en el momento de ser vistas; la mirada misma, arrastrada por la
pendiente, por ese pasar desordenado de hojas y archipielagos de espuma,
tiende a descender al abismo hacia el cual todo parece marchar, como si
fuese alli, e
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