bajo la influencia del tiempo y la naturaleza, los
fantasmas lugubres que se agitaban en mi memoria fueron soltando su
presa. Ya no me paseaba con el unico fin de huir de mis recuerdos, sino
tambien para dejar que penetraran en mi las impresiones del medio y para
gozar de ellas, como sin darme cuenta de tal cosa.
Si habia sentido un movimiento de alegria a mis primeros pasos en la
montana, fue por haber entrado en la soledad y porque rocas, bosques,
todo un nuevo mundo se elevaba entre lo pasado y yo, pero comprendi un
dia que una nueva pasion se habia deslizado en mi alma. Amaba a la
montana por si misma, gustaba de su cabeza tranquila y soberbia,
iluminada por el sol cuando ya estabamos entre sombras; gustaba de sus
fuertes hombros cargados de hielos de azulados reflejos; de sus laderas,
en que los pastos alternan con las selvas y los derrumbaderos; de sus
poderosas raices, extendidas a lo lejos como la de un inmenso arbol, y
separadas por valles con sus riachuelos, sus cascadas, sus lagos y sus
praderas; gustaba de toda la montana, hasta del musga amarillo o verde
que crece en la roca, hasta de la piedra que brilla en medio del cesped.
Asimismo, mi companero el pastor, que casi me habia desagradado, como
representante de aquella humanidad, de la cual huia yo, habia llegado
gradualmente a serme necesario; inspirabame ya confianza y amistad; no
me limitaba a darle las gracias por el alimento que me traia y por sus
cuidados; estudiaba y procuraba aprender cuanto pudiera ensenarme. Bien
leve era la carga de su instruccion, pero cuando se apodero de mi el
amor a la naturaleza, el me hizo conocer la montana donde pacian sus
rebanos, y en cuya base habia nacido. Me dijo el nombre de las plantas,
me enseno las rocas donde se encontraban cristales y piedras raras, me
acompano a las cornisas vertiginosas de los abismos para indicarme el
mejor camino en los pasos dificiles. Desde lo alto de las cimas me
mostraba los valles, me trazaba el curso de los torrentes, y despues, de
regreso en nuestra cabana ahumada, me contaba la historia del pais y las
leyendas locales.
En cambio, yo le explicaba tambien cosas que no comprendia y que ni
siquiera habia deseado comprender nunca; pero su inteligencia se abria
poco a poco, y se hacia avida. Me daba gusto repetirle lo poco que
sabia yo, viendo brillar sus miradas y sonreir su boca. Despertabase la
fisonomia en aquel rostro antes cerrado y tosco; hasta entonces habia
sido un ser indi
|