o la suave y tibia atmosfera esta cargada de vapores disueltos, los
viajeros hablan poco y miran mucho. Saben que el alud no espera mas que
un choque, un estremecimiento del terreno o del aire, para ponerse en
movimiento. Asi es que andan como ladrones, con paso silencioso y
rapido; a veces, hasta envuelven con paja los cascabeles de las mulas
para que el retintin del metal no irrite al genio malefico que desde
alla arriba les amenaza. Finalmente, cuando han salido de las terribles
hondonadas en las cuales suelen soltar las pendientes sus aludes de
nieve y ruinas por todas partes, pueden respirar a gusto los viajeros y
pensar, sin angustia personal, en sus antecesores, menos felices, cuyas
terribles historias se hablan contado la vispera. Muchas veces, mientras
continuan muy tranquilos bajando a la llanura, un ruido como el del
trueno, un estruendo que repercute largamente de roca en roca, les hace
volverse subitamente; acaba de verificarse el derrumbamiento de la nieve
y de llenar todo el ancho del desfiladero que acaban de recorrer.
Afortunadamente, la disposicion y la forma de las pendientes permite a
los montaneses reconocer los lugares peligrosos. Asi es que nunca
construyen sus cabanas debajo de las vertientes en que se forman los
aludes, y al trazar los senderos cuidan de elegir pasos seguros. Pero
todo cambia en la naturaleza, y hay casa, hay sendero que no tuvieron
nada que temer en otro tiempo y hoy corren riesgo, por haber
desaparecido el angulo de un promontorio, por haberse modificado la
direccion del escurridero del alud, por haber cedido a la presion de las
nieves la orilla protectora de un bosque, pues todas esas causas pueden
inutilizar las precauciones del montanes.
Por las mil columnas apretadas de sus troncos, los bosques son una de
las mejores barreras contra la caida de los aludes, y muchos pueblos no
tienen contra ellos otro medio de defensa. Por eso miran su bosque
sagrado con respeto y casi religiosa veneracion. El extranjero que se
pasee por sus montanas, admira el bosque por la belleza de sus arboles,
por el contraste de su verdor con la blancura de las nieves. Pero ellos
le deben la vida y el reposo. Gracias a el, pueden dormir tranquilamente
sin el temor de ser aniquilados una noche. Llenos de gratitud, han
divinizado el bosque protector. iDesgraciado de quien toque con el hacha
uno de sus troncos salvadores! "Quien mata al arbol sagrado, mata al
montanes", dice uno de sus proverbios.
Y
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