aloricos, ya desciendan del sol, ya suban desde la tierra. Cuando
brilla el astro en su cielo claro, elevase rapidamente la temperatura en
las pendientes superiores. Pero en cuanto desaparecen, se enfria en
seguida la montana; pierde velozmente con la radiacion el calor que
habia recibido. Por eso reina el frio casi siempre en las alturas; en
nuestras montanas, hace por termino medio un grado mas de frio por cada
espacio vertical de doscientos metros.
A los que habitamos en ciudades, estamos condenados a sucia atmosfera,
recibimos en los pulmones aire ponzonoso, respirado ya por otros muchos
pechos, lo que mas nos asombra y nos regocija, cuando recorremos las
altas cimas, es la maravillosa pureza del aire. Respiramos alegremente,
bebemos el halito que pasa, nos embriagamos con el. Nos parece la
ambrosia de la cual hablan las mitologias antiguas. Extiendese a
nuestros pies, en la llanura, alla lejos, muy lejos, un espacio brumoso
y sucio donde nada puede distinguir la mirada: aquella es la gran
ciudad. Y pensamos con repugnancia en los anos que hemos tenido que
vivir bajo aquella nube de humo, de polvo y de alientos impuros.
iQue contraste entre esa apariencia de la llanura y el aspecto de la
montana, cuando su cumbre esta libre de vapores, y podemos contemplarla
en lontananza a traves de la pesada atmosfera que gravita sobre las
tierras bajas! Hermoso es el espectaculo, sobre todo cuando la lluvia ha
arrojado al suelo el polvo flotante y el aire esta, digamoslo asi,
rejuvenecido. El perfil de rocas y nieves resalta con limpidez en el
cielo azul; a pesar de la distancia enorme, el monte, azulado tambien
como las profundidades aereas, se dibuja con todos sus relieves de
aristas y promontorios; distinguimos los valles, las quebradas, los
precipicios; a veces, al ver un punto negro que se mueve lentamente en
la nieve, hasta podemos, con auxilio de un catalejo, conocer a un amigo
que trepa a la cima. Despues del ocaso, la piramide aparece con una
belleza esplendida y purisima a un tiempo. El resto de la tierra esta en
la sombra, el crepusculo gris vela los horizontes del llano; la tiniebla
ennegrece ya la entrada de los alfoces, pero arriba todo es alegria y
luz; las nieves, contempladas por el sol, reflejan todavia sus
sonrosados rayos; deslumbran, y parece tanto mas viva la claridad cuanto
que sube poco a poco la sombra, invadiendo sucesivamente las pendientes,
cubriendolas como con un pano negro. Finalmente, solo el ver
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