tar habitado el pais, porque la tradicion no ha
conservado el acontecimiento. El geologo es quien cuenta al aldeano la
historia de su propia montana.
Cuanto a los desmoronamientos de menor importancia, a esas caidas de
rocas que, sin transformar aparentemente el aspecto de la comarca, no
dejan de destruir los pastos, ni de aplastar a los pueblos con sus
habitantes, no necesitan los montaneses que se los describan;
desgraciadamente, hartas veces han presenciado tan terribles sucesos.
Generalmente lo suelen conocer por anticipado. El impulso interior de la
montana que trabaja, hace vibrar incesantemente a las piedras en toda
la pared; guijarros medio arrancados se separan primeramente y ruedan
saltando a lo largo de las pendientes; masas de mayor peso, arrastradas
a su vez, siguen a las piedras, dibujando como ellas poderosas curvas en
los espacios; despues les toca a lienzos enteros de roca; todo lo que
debe derrumbarse rompe los lazos que lo unian al sistema interior de la
montana, y de pronto espantoso granizo de penascos cae sobre la llanura
estremecida. El estrepito es inenarrable; parece la lucha de cien
huracanes. Hasta en mitad del dia, los trozos de roca, mezclados con
polvo, tierra vegetal y fragmentos de plantas, obscurecen completamente
el cielo. Y a veces, siniestros relampagos producidos por penascos que
dan unos contra otros, brotan de la tiniebla. Despues de la tempestad,
cuando la montana no desprende ya sobre la llanura rocas quebradas,
cuando la atmosfera ha aclarado otra vez, los habitantes de los campos
respetados se acercan a contemplar el desastre. Casas y jardines,
cercados y pastos han desaparecido bajo el horroroso caos de piedras:
alli duermen tambien el sueno eterno amigos y parientes. Unos montaneses
me contaron que, en su valle, una aldea destruida dos veces por esos
aludes de piedras, ha sido edificada por tercera vez en el mismo sitio.
Los habitantes habrian querido huir de alli y elegir ancho valle para su
morada; pero ningun pueblo vecino quiso acogerlos ni cederlos tierras;
han tenido que permanecer bajo la amenaza de las rocas suspendidas.
Todas las noches algunas campanadas les recuerdan los pasados terrores y
les advierten la suerte que quiza les cabra durante la noche.
Muchas rocas desplomadas que se ven en medio de los campos tienen
leyendas terribles; otras hay cuya presa se les escapo. Uno de esos
enormes penascos, inclinado, y con la base arraigada por todas partes en
el suelo
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