sin embargo, matadores de estos ha habido, y no pocos. Lo mismo que
aun en nuestros dias, soldados sedicentes _civilizados_ obligan a
someterse a los habitantes de un oasis derribando las palmeras que son
la vida de una tribu, asi tambien sucedio frecuentemente que, para
vencer a los montaneses, talaron los arboles que servian a los pueblos
de salvaguardia contra la destruccion, ya los invasores a sueldo de
algun senor, ya los pastores de otro valle. Tales eran, y son aun, las
practicas de la guerra. No es menos feroz la avida especulacion. Cuando
por una compra, o por los azares de herencia o de conquista, un hombre
adinerado llega a ser el propietario de uno de esos bosques,
idesgraciados de aquellos cuya suerte dependa de su benevolencia o de su
capricho! Pronto trabajan los lenadores en la selva, caen cortados los
troncos, son lanzados a la llanura, vendidos en tablones y pagados en
dinero contante y sonante. Asi se abre ancho camino al alud. Privados de
su baluarte, quiza los habitantes de la aldea amenazada persistan en no
moverse de alli por amor a su hogar natal; pero tarde o temprano, el
peligro se hace inminente, y hay que emigrar a toda prisa, llevandose
los objetos preciosos y dejando la casa a merced de las nieves
amenazadoras.
En todo pueblo de montana, cuentase en las veladas la terrible cronica
de los aludes, y los ninos la oyen acurrucandose entre las rodillas
maternales. Lo que es el fuego _grisu_ para el minero, es el alud para
el montanes. Amenaza su casa, sus trojes, su ganado y tambien le amenaza
a el. iCuantos parientes y amigos suyos duermen ahora bajo la nieve! Por
la noche, cuando pasa al lado del sitio en que los trago la enorme masa,
parecele que la montana, de la cual se desprendio el alud, le mira de
mala manera, y entonces apresura el paso para huir del lugar siniestro.
Tambien algunas veces los restos del derrumbamiento le recuerdan la
inesperada salvacion de un companero. Alli, durante una noche
primaveral, se vino abajo un talud de nieve mas grande que los mas altos
abetos y que la torre de la iglesia. Un grupo de casitas y de horreos se
encontraba bajo la formidable masa. Los montaneses, que acudieron de las
aldeas vecinas, creyeron que indudablemente todas las armaduras de los
edificios habian quedado demolidas y aplastados los habitantes bajo los
escombros. Sin embargo, pusieron animosamente manos a la obra de
reconocer el inmenso hacinamiento. Trabajaron cuatro dias con cuatro
noc
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