nerales y
hasta del hombre.
La explicacion mas sencilla es la que nos muestra a los dioses o a los
genios arrojando las montanas desde las alturas celestiales y dejandolas
caer al azar; o bien levantarlas y modelarlas con cuidado como columnas
destinadas a sostener la boveda del cielo. Asi fueron construidos el
Libano y el Hermon; asi se arraigo en los limites del mundo el monte
Atlas, de hombros robustos. Por otra parte, las montanas, despues de
creadas, cambiaban de sitio con frecuencia, y servian a los dioses para
arrojarselas con hondas. Los titanes, que no eran dioses, transtornaron
todos los montes de Tesalia para alzar murallas en torno del Olimpo: el
mismo gigantesco Altus no era demasiado peso para sus brazos, que lo
llevaron desde el fondo de Tracia hasta el sitio en que hoy se levanta.
Una giganta del Norte se habia llenado de colinas el delantal y las iba
sembrando a iguales distancias para conocer un camino. Vichnu, que vio
un dia dormir a una muchacha bajo los ardientes rayos del sol, cogio una
montana y la sostuvo en equilibrio en la punta de un dedo para dar
sombra a la hermosa durmiente. Este fue, segun dice la leyenda, el
origen de las sombrillas.
No siempre necesitaban, dioses y gigantes, agarrar las montanas para que
cambiaran de sitio, porque obedecian estas a cualquier sena. Las piedras
acudian al sonido de la lira de Orfeo y las montanas se alzaban para oir
a Apolo: asi nacio el Helicon, morada de las musas. El profeta Mahoma
debio nacer dos mil anos antes; si hubiera nacido en edades de mas
candida fe, no habria tenido que ir a la montana, y esta se habria
dirigido hacia el.
Ademas de esta explicacion del nacimiento de las montanas por la
voluntad de los dioses, la mitologia de numerosos pueblos, da otra menos
grosera. Segun esta, las rocas y los montes son organos vivientes que
han brotado naturalmente del cuerpo de la tierra, como salen los
estambres en la corola de la flor. Mientras por una parte se hundia el
suelo para recibir las aguas del mar, por otra se alzaba hacia el sol
para recibir su luz vivificante, asi como las plantas enderezan el
tallo y vuelven los petalos hacia el astro que las mira y les da brillo.
Pero ya no hay quien crea en las leyendas antiguas, que no son para la
humanidad mas que poeticos recuerdos; han ido a juntarse con los suenos,
y el espiritu del investigador, apartado por fin de tales ilusiones,
persigue con mayor avidez la verdad. Asi es que los hombres de n
|