largo de los taludes. A veces basta el
paso ligero de una oveja para mover millares de piedras en la ladera.
Muy distinta de la pizarrosa es la roca caliza que forma algunos de los
promontorios avanzados. Cuando se rompe, no se divide, como la pizarra,
en innumerables fragmentillos, sino en grandes masas. Hay fractura que
ha separado, de la base al remate, toda una pena de trescientos metros
de altura; a ambos lados suben hasta el cielo las verticales paredes;
apenas penetra la luz en el fondo del abismo, y el agua que lo llena,
descendida de las nevadas alturas, solo refleja la claridad de arriba en
el hervor de sus corrientes y en los saltos de sus cascadas. En ninguna
parte, ni aun en montanas diez veces mas altas, aparece con mayor
grandiosidad la naturaleza. Desde lejos, la parte calcarea de la montana
vuelve a tomar sus proporciones reales, y se la ve dominada por masas de
rocas mucho mas elevadas. Pero siempre asombra por la poderosa belleza
de sus cimientos y de sus torres; parece un templo babilonico. Tambien
son muy pintorescas, aunque relativamente de menor importancia los
penascos de asperon o de conglomerado compuestos de fragmentos unidos
unos a otros. Donde quiera que la inclinacion del suelo sea favorable a
la accion del agua, esta disuelve el cemento y abre un canalillo, una
estrecha hendidura que, poco a poco, acaba por partir la roca en dos
pedazos. Otras corrientes de agua han abierto tambien en las cercanias
rendijas secundarias tanto mas profundas cuanto mas abundante sea la
masa liquida arrastrada. La roca recortada de ese modo acaba por
parecerse a un dedalo de obeliscos, torres y fortalezas. Hay fragmentos
de montanas cuyo aspecto recuerda ahora el de ciudades desiertas, con
calles humedas y sinuosas, murallas almenadas, torres, torrecillas
dominadoras, caprichosas estatuas. Aun recuerdo la impresion de asombro,
proximo al espanto, que senti al acercarme a la salida de un alfoz
invadido ya por las sombras de la noche. Vislumbraba a lo lejos la negra
hendidura, pero, al lado de la entrada, en el extremo del monte, adverti
tambien extranas formas que se me antojaron gigantes formados. Eran
altas columnas de arcilla, coronadas por grandes piedras redondas que
desde lejos parecian cabezas. Las lluvias habian disuelto y arrastrado
lentamente el terreno en los alrededores, pero las pesadas piedras
habian sido respeta das, y con su peso daban consistencia a los
gigantescos pilares de arcilla que las s
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