cesible. Para apartarse del precipicio, se intenta escalar la
abrupta roca, se pone el pie en una aspereza de la piedra y se sube de
reborde en reborde. Pronto se esta como suspendido entre el cielo y la
tierra. Por fin, se alcanza a la arista; pero detras de la primera roca
se endereza otra de perfil movedizo, indeciso. Los arboles y las malezas
que crecen en las fragosidades apuntan en las ramas a traves de la
niebla de un modo amenazador; a veces, solo vemos serpentear una masa
negruzca en la sombra cenicienta, y es una rama cuyo tronco permanece
invisible. Nos bana el rostro una tenue lluvia: matas de hierba y
malezas son otros tantos depositos de agua helada que nos mojan como si
atravesaramos un lago. Entumecense nuestros miembros: nuestro paso
pierde la seguridad; estamos expuestos a resbalar en la hierba o en la
roca humeda y a caer en el precipicio. Terribles rumores suben de lo
hondo y parecen predecirnos mala suerte: oimos la caida de las piedras
que se desmoronan, el ruido de las ramas cargadas de lluvia que rechinan
en el tronco, el sordo trueno de la cascada, y el chapoteo de las aguas
del lago contra la orilla. Vemos a la niebla con espanto cargarse con la
sombra del crepusculo y pensamos en la terrible alternativa de morir de
frio o despenados.
En muchos climas, la impresion de asombro y hasta de horror que dejan
las montanas en el espiritu, proviene de casi siempre, estar rodeadas de
nieblas. Hay montana en Escocia o Noruega que parece formidable, aunque
sea en realidad menos alta que otras muchas cimas terrestres. Se las ve
con frecuencia veladas por vapores, revelarse en parte, volverse a
ocultar, como si viajaran por el seno de la nube, alejarse aparentemente
para acercarse de pronto, achicarse cuando el sol ilumina con limpieza
sus contornos, crecer despues cuando estos se cargan de nieblas. Todos
esos aspectos variables, esas lentas o rapidas transfiguraciones de la
montana, la hacen asemejarse vagamente a un gigante prodigioso que
meneara la cabeza por encima de las nubes. Bien diferentes son las
inmutables cimas de fijos perfiles que bana la luz pura del cielo de
Egipto, de estas montanas cantadas por los poemas de Ossian. Estas nos
miran; sonrien unas veces, amenazan otras, pero viven nuestra vida,
sienten con nosotros, o por lo menos asi se cree, y el poeta que las
canta les da alma humana.
Hermosa por los vapores que la rodean, cuando se la ve desde abajo a
traves de una atmosfera pura, no
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