mer contrafuerte del monte, erguia sus escarpaduras y
sostenia sobre su cabeza las ruinas de una gran torre, que fue en otros
tiempos guarda del valle. Sentiame encerrado entre ambos muros; habia
dejado la region de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban
detras de mi enemigos y amigos falsos.
Por vez primera despues de mucho tiempo, experimente un movimiento de
verdadera alegria. Mi paso se hizo mas rapido, mi mirada adquirio mayor
seguridad. Me detuve para respirar con mayor voluptuosidad el aire puro
que bajaba de la montana.
En aquel pais ya no habia carreteras cubiertas de guijarros, de polvo o
de lodo; ya habia dejado la llanura baja, ya estaba en la montana, que
era libre aun. Una vereda trazada por los pasos de cabras y pastores, se
separa del sendero mas ancho que sigue el fondo del valle, y sube
oblicuamente por el costado de las alturas. Tal es el camino que
emprendo para estar bien seguro de encontrarme solo al fin. Elevandome a
cada paso, veo disminuir el tamano de los hombres que pasan por el
sendero del fondo. Aldeas y pueblos estan medio ocultos por su propio
humo, niebla de un gris azulado que se arrastra lentamente por las
alturas, y se desgarra por el camino en los linderos del bosque.
Hacia el anochecer, despues de haber dado la vuelta a escarpados
penascos, dejando tras de mi numerosos barrancos, salvando, a saltos de
piedra en piedra, bastantes ruidosos arroyuelos, llegue a la base de un
promontorio que dominaba a lo lejos rocas, selvas y pastos. En su cima
aparecia ahumada cabana, y a su alrededor pacian las ovejas en las
pendientes. Semejante a una cinta extendida por el aterciopelado cesped,
el amarillento sendero subia hacia la cabana y parecia detenerse alli.
Mas lejos no se vislumbraban mas que grandes barrancos pedregosos,
desmoronamientos, cascadas, nieves y ventisqueros. Aquella era la ultima
habitacion del hombre; la choza que, durante muchos meses, me habia de
servir de asilo.
Un perro primero, y despues un pastor me acogieron amistosamente.
Libre en adelante, deje que mi vida se renovara a gusto de la
naturaleza. Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de
una cuesta penascosa, ya recorria al azar un bosque de abetos; otras
veces subia a las crestas superiores para sentarme en una cima que
dominaba el espacio; y tambien me hundia con frecuencia en un profundo y
obscuro barranco, donde me podia creer sumergido en los abismos de la
tierra. Poco a poco,
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