verde claro; de un dia a otro,
parece que la montana se ha revestido con un tejido maravilloso de
terciopelo y seda. Poco a poco sube hacia las cimas el nuevo verdor de
bosques y de malezas; escala canadas y barrancos para conquistar las
quebraduras superiores junto al ventisquero. En lo alto, todo inesperado
y alegre aspecto. Hasta las rocas sombrias, que parecian negras por su
contraste, con las nieves, adornan sus fragosidades con matas verdes.
Tambien ellas participan de la primaveral alegria.
Menos suntuosos por la exuberancia del verdor y la prodigiosa multitud
de flores, son, sin embargo, los pastos altos mas agradables que las
praderas bajas; mas intima y benigna es la alegria de sus masas de
verdor. Es mas grato pasearse por la corta hierba y entrar en
conocimiento con las flores que brotan a millares de la alfombra verde.
Incomparable es el brillo de sus corolas. El sol les envia rayos mas
calidos, de mas poderosa y rapida accion quimica, y elabora en la savia
substancias colorantes de mas perfecta belleza. El quimico y el
botanico, armados de sus lentes, comprueban el fenomeno como es debido;
pero sin necesidad de instrumentos bien ve el paseante, a la simple
vista, que ninguna flor de la llanura tiene un azul tan profundo como el
de la diminuta genciana. Las plantas, en su prisa por vivir y gozar,
adquieren mayor hermosura; adornanse con mas vivos colores, porque la
estacion de la ventura sera corta; cuando haya desaparecido el verano,
la muerte las sorprendera.
Deslumbra la vista el brillo que despiden las anchas extensiones de
hierba salpicada con las estrellas de color sonrosado subido del sueno,
con los azules manojos de miosotis, con las anchas flores del aster de
los Alpes, cuyo corazon es de oro. En las pendientes mas secas, en medio
de las rocas aridas, crecen el negro orquiso con fragancia de vainilla,
y el pie de leon, cuya flor nunca se marchita, y es simbolo de eterna
constancia.
De esas plantas de brillantes flores, algunas no temen la vecindad de la
nieve y el agua helada. No siente el frio; al lado de los cristales de
nieve circula libremente la savia en los tejidos de la delicada
soldanela, que inclina sobre la nieve su corola de tan puro y suave
matiz: cuando brilla el sol, de ella puede decirse mejor que de la
palmera de los oasis que tiene el pie en el hielo y en el fuego la
cabeza. En la salida misma de las nieves, el torrente, cuya agua lechosa
parece hielo apenas derretido, rodea
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