con sus brazos un florido islote,
encantador ramillete de tallos que se estremecen sin cesar. Mas lejos,
el cauce nevado que la sombra de una roca defendio de los rayos solares,
esta esmaltado completamente de flores: la benigna temperatura que
despiden ha derretido la nieve a su alrededor. Parece que brotan de una
copa de cristal de fondo azulado por la sombra. Otras flores de mayor
sensibilidad no se atreven a entrar en inmediato contacto con la nieve,
y cuidan de rodearse de muelle funda musgosa. Asi hace la clavellina
roja de los vertices nevados, y semeja un rubi colocado en almohadon de
terciopelo en medio de un lecho de blanco plumon.
En las pendientes de la montana, los bosques alternan con las manchas de
cesped, pero nunca al azar. La presencia de arboles grandes indica
siempre, en la vertiente que los produce, tierra vegetal de bastante
espesor y abundante agua de riego: de modo que, gracias a la
distribucion de bosques y praderas, pueden leerse de lejos algunos
secretos de la montana, siempre que el hombre no haya intervenido
brutalmente derribando los arboles y modificando el aspecto del monte.
Regiones enteras hay en que el hombre, avido de riquezas, ha talado
todos los arboles: no ha quedado ni un tronco, porque las nieves, a las
cuales no detiene ya la barrera viva, resbalan libremente en la
temporada de los aludes. Descarnan el suelo, lo raspan hasta la roca,
llevandose consigo todos los residuos de las raices.
La antigua veneracion casi ha desaparecido. En otro tiempo, el lenador
apenas se atrevia a la selva montanesa: el viento que en ella gemia se
le figuraba voz de los dioses. Habia seres sobrenaturales ocultos bajo
la corteza, y la savia del arbol era tambien sangre divina. Cuando
tenian que tocar con el hacha uno de aquellos troncos, lo hacian
temblando, y el montanes de los Apeninos decia: "Si eres dios o diosa,
perdoname"; y recitaba devotamente las plegarias propias del caso, pero
no se quedaba muy tranquilo despues de sus genuflexiones.
Al blandir el hacha, veia agitarse las ramas encima de su cabeza.
Pareciale que las rugosidades de la corteza adquirian expresion de ira y
se animaban con terrible mirada. Al primer golpe, parecia la humeda
madera como sonrosada carne de ninfa. "El sacerdote lo ha permitido,
pero ?que dira la propia divinidad? ?No retrocedera el hacha de pronto,
para hendir el cuerpo de quien la esta manejando?"
Aun quedan hoy mismo arboles adorados: el montanes ignora p
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