nte, las fuentes saben hacer que las perdonemos los momentos
de terror que nos causan a veces haciendo trepidar el suelo. Ellas nos
dan agua para beber nosotros y abrevar nuestros ganados, fertilizan
nuestros campos y hacen germinar las simientes, alimentan nuestros
arboles y nos traen del fondo de la tierra tesoros que sin ellas jamas
hubieramos conocido; fortifican, en fin, nuestro cuerpo, nos devuelven
la salud perdida y restablecen el equilibrio en nuestro trastornado
espiritu. Tales son al salir de la tierra bienhechora las virtudes
curativas de las fuentes termales y minerales, que en todos los paises
civilizados se han construido edificios en los nacimientos de los
manantiales, para aprisionar el agua y medir cuidadosamente el empleo
en los banos y piscinas.
Con objeto de recoger hasta la ultima gota del precioso liquido, los
ingenieros cavan a lo lejos las rocas para sorprender en su curso el
pequeno hilo de agua que corre por las hendiduras interiores y el escape
de vapor que sube desde las ocultas profundidades. Avidos de salud, los
enfermos utilizan todo lo que el manantial lleva consigo y todo lo que
banan sus aguas; respiran el gas que desprenden, se envuelven en el lodo
negro que forman la arcilla y la arena y llegan a cubrirse como tritones
con el verde limo que se extiendo cual tapiz sobre las aguas. Sin
embargo, no llevan la religion hasta acariciar contra sus cuerpos los
animales que nacen y se desarrollan al dulce calor del agua termal.
Existen bonitas culebras, muy numerosas en algunas fuentes. Cuando el
banista ve al reptil ondulando a su lado sus graciosos anillos, no cree
en la maravillosa aparicion de la serpiente de Esculapio, sino que,
lleno de terror, salta sobresaltado prorrumpiendo en grandes gritos.
En otro tiempo, los hechiceros y los adivinos eran los encargados de
ensenar a los enfermos los manantiales donde encontrarian la salud o el
alivio de sus males; hoy los medicos y los quimicos reemplazan a los
magos de la Edad Media, indicandonos con mayor autoridad el agua
bienhechora que nos ha de devolver las fuerzas y ha de darnos una
segunda juventud. Cuando la ciencia se complete con nuevos
conocimientos, el hombre, sabiendo perfectamente cual debe ser su genero
de vida, sabra tambien que aguas, que atmosfera son utiles para curar
sus males y entonces gozara plenamente de la vida hasta el termino
natural, con la sola condicion de que nuestro estado social no sea el de
odiarnos y extermi
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