del primer impetu carinoso y se fue hacia D. Fadrique con los brazos
abiertos. Por dicha, no obstante, D. Valentin tenia la inveterada
costumbre de no hacer la menor cosa sin mirar antes a su mujer para
notar la cara que ponia y si le retraia de consumar o le alentaba a que
consumase su conato de accion. A pesar, pues, de lo entusiasmado que iba
a abrazar a D. Fadrique, el instinto le indujo a que mecanicamente
volviera la cara hacia Dona Blanca antes de llegarse a dar el abrazo.
Indescriptible es lo que vio entonces en los fulminantes ojos de su
mujer. Casi no se puede describir el efecto que le produjo aquella
mirada. Creyo D. Valentin leer en ella el mas profundo desden, como si
le acusase de una humillacion estolida, de una bajeza infame; y creyo
ver, al mismo tiempo, la ira y la prohibicion imperiosa de que llevase a
cabo lo que se habia lanzado a ejecutar. El terror sobrecogio de tal
suerte el animo de D. Valentin, que se paro, se quedo inmovil de subito,
como si se hubiera convertido en piedra. Solo con voz apagada y apenas
perceptible exhalo, por ultimo, como languido suspiro, un
--Buenos dias, Sr. D. Fadrique.
--Buenos dias, --dijo tambien Clara, no con mas aliento que su padre.
Dona Blanca miro de pies a cabeza al Comendador, y con reposo y suave
acento, sin alterarse ni descomponerse en lo mas minimo, le hablo de
esta manera:
--Caballero: Dios, que es infinitamente misericordioso, tenga a V. en su
santa guarda. No por amor suyo, de que V. carece, sino por el mundano
honor de que V. se jacta y por los respetos y consideraciones que todo
hombre bien nacido debe a las damas, ruego a V. que no nos distraiga del
camino que llevamos, ni perturbe nuestra vida retirada y devota.
Y dicho esto, hizo Dona Blanca al Comendador una ceremoniosa y fria
reverencia, y echo a andar con sosegada gravedad, siguiendola D.
Valentin y llevando delante a Clara.
Don Fadrique pago la reverencia con otra, se quedo algo atolondrado, y
dijo entre dientes:
--Esta visto: es menester acudir a otros medios.
No bien la familia de Solis se hubo alejado treinta pasos del
Comendador, vio este que Dona Blanca se volvia a hablar con su marido.
Es evidente que el Comendador no oyo lo que le decia; pero el novelista
todo lo sabe y todo lo oye. Dona Blanca, que trataba siempre de V. y con
el mayor cumplimiento a su senor marido cuando le echaba un sermon o
reprimenda, le hablo asi mientras Clara iba delante:
--Mil veces se lo t
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