pues de esta visita se dejaron ver Dona Blanca y D.
Valentin de sus vecinos y amigos. Retirados siempre en el fondo del
antiguo caseron en que vivian, y pretextando enfermedades, no recibian
visitas, a pesar de lo dificil y odioso que es negarse a recibir,
estando en casa, cuando se vive en un pueblo pequeno.
En balde intento repetidas veces Lucia sacar a paseo a Clara. Siempre
que envio recado, le contestaron que Clara estaba mal de salud o muy
ocupada y que le era imposible salir.
Lucia fue ella misma a ver a Clara, y solo dos veces pudo verla, pero en
presencia de su madre. Estas pruebas de retraimiento y hasta de desvio
estaban suavizadas por una extremada cortesia de parte de Dona Blanca;
aunque bien se dejaba conocer que si esta senora ponia de su parte
cuantos medios le sugeria su urbanidad a fin de no dar motivo de
agravio, preferiria agraviar, si por agraviado se daba alguien, a cejar
un punto en su proposito.
Fuera del dia en que visito a Dona Antonia, no ponia Dona Blanca los
pies en la calle sino de madrugada, para ir a la iglesia, a misa y demas
devociones. D. Valentin la acompanaba casi siempre, como un lego o
doctrino humilde, y Clara la acompanaba siempre, sin osar apenas
levantar los ojos del sueldo.
Lucia, cavilando sobre las causas de aquella poco menos que completa
ruptura de relaciones, llego a temer que Dona Blanca hubiese averiguado
los amores de Clara con D. Carlos de Atienza, la presencia de este en la
ciudad y la entrada y proteccion con que contaba en su casa.
Dona Clara no hablaba a solas ni escribia a su amiga; por los criados
nada podia averiguarse, porque los de Dona Blanca eran forasteros casi
todos, y o no tenian confianza en la casa, o hacian una vida devota y
apartada, imitando y complaciendo asi a sus amos.
Solo podia afirmarse que la unica persona que entraba de visita en casa
de D. Valentin era su cercano pariente D. Casimiro.
De esta suerte se pasaron diez dias, que a don Carlos, a Lucia y al
Comendador parecieron diez siglos, cuando al anochecer, en una hermosa
tarde, el Comendador estaba en el patio de la casa solo con su sobrina.
Esta traia con su tio una conversacion muy animada, mostrandole las
plantas y las flores que en arriates y en multitud de tiestos adornaban
aquel patio, contiguo, como ya hemos dicho, al de la casa de D.
Valentin. Salvando el muro divisorio, la voz de ambos interlocutores
podia llegar al patio inmediato. La voz llego, en efecto, porque en
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