iciliadas en las dos opuestas faldas. La
historia de lo pasado nos ensena que todo limite natural, colocado entre
pueblos por un obstaculo dificil de salvar, montana, meseta, desierto o
rio, es al mismo tiempo frontera moral para los hombres. Como en los
cuentos de hadas, se fortificaba con invisible muro, erigido por el odio
y el desprecio. El hombre que llegaba allende los montes, no era solo un
extranjero, sino un enemigo. Odiabanse los pueblos, pero a veces un
pastor, mejor que todos los de su raza, cantaba bajito algunas palabras
de candido afecto, mirando por encima de la montana. El sabia, por lo
menos, salvar la elevada barrera de nieves y de rocas. Su corazon sabia
considerar como patria ambas vertientes. Un antiguo canto de nuestros
Pirineos cuenta este triunfo en un sentimiento dulce sobre la naturaleza
y sobre las tradiciones de odios nacionales:
i_Baicha-bous, montagnos! iPlanos, havussa bous!
iDaque pousqui bede oun sonn mas amous_!
iBajaos, montanas! ialzaos, llanuras!
iY que yo ver pueda do estan mis amores!
CAPITULO XVII
#El montanes libre#
Las rugosidades formadas en la superficie terrestre por montanas y
valles son por consiguiente un hecho capital en la historia de los
pueblos, y explica a veces sus viajes, sus emigraciones, sus conflictos
y sus diversos destinos. Asi es como una topera, que surge en un prado,
en medio de poblaciones de insectos solicitos que andan yendo y
viniendo, cambia inmediatamente todos los planos y hace desviar en
sentido inverso la marcha de las tribus viajeras.
Separando con su enorme masa las naciones que por una y otra parte
sitian sus vertientes, la montana protege tambien a los habitantes,
generalmente poco numerosos, que han ido a buscar asilo a los valles.
Los abriga, los hace suyos, les da costumbres especiales, cierto genero
de vida, particular caracter. Sea cual fuere su raza originaria, el
montanes se ha hecho tal como es, bajo la influencia del medio que le
rodea. La fatiga del trepar y del bajar penosamente, la sencillez del
alimento, el rigor de los frios invernales, la lucha contra la
intemperie han hecho de el un hombre aparte, le han dado una actitud, un
andar, un juego de movimientos muy diferente de los usados entre sus
vecinos de la llanura. Le han dado ademas un modo de pensar y de sentir
que le distingue. Han reflejado en su espiritu, como en el del marino,
algo de la serenidad de los grandes horizontes: tambien en muchos si
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