y sufrieron por nosotros,
creando penosamente con la miseria y la lucha la preciosa herencia de
experiencias que llamamos historia. Pero si la veneracion a las
generaciones pasadas no es mas que un vano sentimiento, icon cuanto mas
respeto todavia debieramos recorrer estas cavernas, donde se refugiaban
nuestros primeros abuelos, los barbaros iniciadores de toda
civilizacion! Buscando detenidamente en la gruta y escudrinando los
depositos calcareos, podemos hallar las cenizas y el carbon del antiguo
hogar donde se agrupaba la familia naciente; al lado estan los huesos
roidos, restos de festines que se celebraron hace cientos de millares
de anos, y en un rincon cualquiera se encuentran los esqueletos de los
seres que en el tomaron parte rodeados de sus armas de piedra, hachas,
mazas y venablos. No cabe duda que entre esos restos humanos, mezclados
con los de rinocerontes, hienas y osos de las cavernas, ninguno
encerraba el cerebro de un Esquilo o de un Hiperco; pero ni Hiperco ni
Esquilo hubieran existido si los primeros trogloditas divinizados por
los griegos con el simbolo de Hercules, no hubiesen conquistado el fuego
del rayo o del volcan, si no hubiesen fabricado armas para limpiar la
tierra de los monstruos que la poblaban, si no hubieran asi, en una
inmensa batalla que duro siglos y siglos, preparado para sus
descendientes las epocas de relativo descanso, durante las cuales se ha
elaborado el pensamiento.
La labor de nuestros antepasados fue ruda, y su existencia llena de
terrores. Salidos de la gruta para ir en busca de caza, arrastrabanse
por entre las hierbas y raices para sorprender su presa, y luchaban
cuerpo a cuerpo con las mas feroces bestias; a veces tenian que luchar
con otros hombres, fuertes y agiles como ellos; durante la noche,
temiendo la sorpresa, vigilaban la entrada de la caverna, para lanzar el
grito de alarma en cuanto advirtieran la presencia de un enemigo y tener
tiempo suficiente para que las familias pudieran esconderse en el dedalo
de las galerias superiores. Sin embargo, tambien ellos debian tener
momentos de reposo y alegria. Cuando volvian de la excursion de caza o
de la batalla, se regocijaban oyendo el murmullo del arroyo y el
acompasado y monotono ritmo de las gotas que caian; lo mismo que el
lenador al volver a su cabana, miraban con piedad nuestros primeros
padres los pilares de la gruta bajo los cuales descansaban sus mujeres y
en donde habian nacido sus hijos. En cuanto a estos, c
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