acticado en la roca se nos antoja un abismo; la convexidad
insignificante que aparece en la regularidad de la boveda adquiere las
proporciones de un monte derribado; las concreciones calcareas
entrevistas aqui y alla toman el aspecto de monstruos enormes; un
murcielago que vuela, cualquier cosa que se desprende, nos produce un
extremecimiento de horror. No es esto el palacio encantado, rico y
esplendido que nos describe el poeta arabe de las _Mil y una noches_;
es, al contrario, un antro sombrio y siniestro, un lugar terrible.
Esta sensacion la sentiremos, sobre todo, si para gozar como artistas de
la emocion del espanto, que experimenta hasta el hombre mas fuerte y
bravo al entrar en una caverna, nos atrevemos a penetrar sin companero y
sin guia: sin la emulacion que proporciona la compania de los amigos,
sin el amor propio que nos induce a adoptar una actitud audaz, sin el
embriagamiento ficticio que producen las exclamaciones, el eco de las
voces, la luz de las antorchas, solo osamos marchar con el santo terror
del griego al entrar en el infierno. A cada momento volvemos atras la
mirada para ver la hermosa luz del dia: como en un cuadro, el paisaje
sonriente y vaporoso aparece entre las sombrias paredes, festoneadas en
la entrada de hiedra y de vina virgen.
A medida que se avanza, el foco luminoso disminuye gradualmente; de
repente, una salida de la roca nos oculta la luz, y solo una claridad
mortecina se refleja sobre las paredes y pilares de la caverna. Luego
penetramos en la obscuridad sin fondo de las tinieblas, y, para
guiarnos, solo tenemos la incierta y caprichosa luz de las antorchas. El
viaje es penoso y parece largo a causa del temor a lo desconocido que
llena las simas y las galerias. En ciertos parajes, solo se puede
avanzar con mucha pena: es preciso entrar en el cauce de la corriente y
tenerse en equilibrio sobre las piedras resbaladizas; mas lejos, la
boveda se rebaja por una curva repentina, y solo deja un estrecho paso,
que es preciso atravesar arrastrandose. Se sale del paso lleno de barro,
y se sube a una roca escalonada, por cuyas desiguales gradas se asciende
temblando. Las salas, con bovedas inmensas, suceden a los desfiladeros y
estos a las salas; montones de piedras desprendidas del techo se
levantan como islas en medio del agua. El riachuelo, siempre variando,
diferente siempre, salta sobre las rocas; en algunos puntos se extiende
como tranquila laguna, turbada solo por las gotas que caen p
|