ltos extranjeros, los profetas judios
maldijeron mas de una vez los "altos lugares" en que los pueblos vecinos
colocaban a sus idolos, pero no procedian ellos de otra manera y miraban
a las montanas para evocar a los angeles que los socorrian: sobre una
montana se elevaba su templo: tambien conversaba Elias con Dios sobre
una montana. Y cuando el Galileo se transfiguro y se cernio en la luz
increada con los dos profetas Moises y Elias, desde el monte Thabor se
elevo. Cuando murio entre dos ladrones, en la cima de una montana le
crucificaron, y cuando vuelva, segun la profecia, rodeado de santos y de
angeles, y asista al castigo de sus enemigos, tambien lo hara en una
montana, pero al tocarla con la planta la rompera. Otra montana, otra
cima ideal que sostenga una ciudad de oro y diamantes surgira en el
espacio luminoso y alli viviran siempre los elegidos, cerniendose en los
aires alrededor de las cumbres alegres, muy por encima de esta tierra de
cuidados y de desdichas.
CAPITULO XX
#El Olimpo y los dioses#
Asi como la gloria de la imperceptible Grecia sobrepuja en brillo a la
de todos los imperios de Oriente, asi el Olimpo, la mas alta y bella de
las montanas sagradas de los helenos, ha llegado a ser en la imaginacion
de los pueblos el monte por excelencia: ninguna cima, ni la del Meru, ni
las del Elburs, el Ararat o el Libano, despierta en el espiritu humano
tantos recuerdos de grandeza y de majestad. Pocas ha habido, por
supuesto, tan admirablemente situadas para atraer la mirada y servir de
senal a las razas que recorrian el mundo. Colocado en el angulo del mar
Egeo y dominando todas las cuspides cercanas desde la mitad de su
altura, veian los marinos el Olimpo desde enormes distancias. Desde las
llanuras de Macedonia, desde los ricos valles de Tesalia, desde los
montes Othrys, Findo, Bermio y Athos, se ve en el horizonte su triple
cupula y sus pendientes "de mil rugosidades", de las cuales habla
Homero. La fertilidad de los campos extendidos en su falda llamaba a si
desde todas partes a las muchedumbres que alli iban a encontrarse, ya
para mezclarlas, ya para matarse unas a otras. Finalmente, el Olimpo
domina los desfiladeros que forzosamente habian de seguir las tribus o
los ejercitos en marcha, de Asia a Europa o de Grecia a los paises
barbaros del Norte. Se alza como hito militar en la carretera que
seguian entonces las naciones.
Muchas otras montanas del mundo helenico debian a sus nieves
respla
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