otros sitios, segun la fantasia del poeta o la imaginacion
popular, se erguia la columna central. Pindaro la veia en el Etna: los
marineros del Archipielago la ponian en el monte Athos: el gran hito que
se veia siempre por encima del agua, ya dejando las orillas de Asia, ya
navegando por los mares de Europa. Deciase que aquella montana era tan
alta, que el sol se ponia en su pico tres horas mas tarde que en las
llanuras de su falda, y que desde su altura se alcanzaban los mismos
limites de la tierra. Cuando la Helada, antes libre, fue esclavizada por
el macedonio, cuando fue la propiedad de un dueno, hubo un adulador
bastante vil, un hombre bastante rastrero para rogar a Alejandro (el
cual se habia proclamado Dios) que empleara un ejercito en transformar
el monte Athos en una estatua del nuevo hijo de Zeus "mas poderoso que
su padre". La imposible obra habria podido tentar a un dios hecho de
pronto, loco de orgullo, pero este no se atrevio a emprenderla. Los
marinos que navegaban al pie de la gran montana continuaron viendo en
ella a un antiguo dios, hasta el dia en que empezo otro ciclo de la
historia con nuevo culto y nuevas divinidades. Refiriose entonces que el
monte Athos era precisamente aquella montana a la cual transporto el
diablo a Jesus el Galileo para mostrarle todos los reinos de la tierra
extendidos a sus pies: Europa, Asia y las islas del mar. Todavia lo
creen los habitantes del monte, y no es muy posible, en efecto,
encontrar una cima en que la vista domine panorama, si no tan vasto, a
lo menos tan bello y tan variado.
Fuera del mundo helenico en que la imaginacion popular era tan poetica y
tan fecunda, veran tambien los pueblos en sus montanas tronos de los
duenos del cielo y de la tierra. No solo las grandes cumbres de los
Alpes eran adoradas como mansion de los dioses y por si mismas, sino
que, hasta en las llanuras del Norte de Alemania y de Dinamarca,
colinitas que elevan sus lomas por encima de los paramos uniformes, eran
Olimpos no menos venerados que lo era el de Tesalia para los griegos.
Hasta en la fria Islandia, tierra de brumas y de hielos eternos, los
adoradores de los soberanos celestes se volvian hacia las montanas de lo
interior, creyendo ver en ellas la residencia de sus dioses.
Indudablemente, si hubieran podido trepar hasta la cima de las cuestas
surcadas de sus volcanes, si hubiesen contemplado el horror de sus
crateres donde luchan incesantemente lavas y nieves, no habrian pensado
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