se yergue casi aislada en medio del
campo, cubierta abajo de selvas, vestida de nieves arriba. Humeaba en
otro tiempo el volcan y arrojaba lavas y fuego; reposa ahora, pero tiene
en aquel archipielago numerosas montanas hermanas que vierten todavia
rios de fuego en la estremecida tierra. Entre esos montes hay uno, el
mas terrible, al cual se creyo aplacar arrojandole como ofrenda millares
de cristianos. Asi fue como en el Nuevo Mundo, dicese tambien que se
quiso calmar al Monotombo, lanzando en el a los sacerdotes que se habian
atrevido a predicar contra el, diciendo que no era tal Dios, sino boca
del infierno. Por otra parte, los volcanes no suelen esperar que les
arrojen victimas: ya saben ellos encontrarlas cuando hienden la tierra,
vomitan lagos de lodo, cubren con ceniza provincias enteras y hacen
perecer de una vez a toda la poblacion de un pais. Bastante es eso para
que los adore todo aquel que se incline ante la fuerza. El volcan
devora, luego es Dios.
Asi se ha apoderado del hombre la religion de las montanas (como todas
las demas), por los diversos sentimientos de su ser. Al pie de la
montana que vomita lava, el terror le ha prosternado con la cara hundida
en el polvo: en los campos sedientos, el deseo es quien le ha hecho
mirar suplicante a la nieve, madre de los arroyos: el agradecimiento le
ha dado adoradores en aquellos que encontraron seguro refugio en el
valle o en el escarpado promontorio: finalmente, la admiracion ha debido
de dominar a los hombres a medida que se desarrollaba en ellos el
sentimiento de lo bello y hasta cuando estaba adormecido, en estado de
instinto. Y ?cual es la montana que no tiene a un tiempo hermosos
aspectos y seguros asilos y que no es terrible o benefica y muchas veces
ambas cosas juntamente? Los pueblos, andando por el mundo, podian
relacionar facilmente todas sus tradiciones a la montana que dominaba su
horizonte y darle culto. En cada estacion de su largo viaje se edificaba
un nuevo templo. En otro tiempo, las tribus errantes en las mesetas de
Persia veian surgir siempre al anochecer una montana entre las
polvorientas llanuras: era el monte Telesmo, el divino "Talisman" que
seguia a sus adoradores en sus peregrinaciones por el mundo. Y cuando,
despues de larga emigracion, la montana columbrada a lo lejos no era
enganador espejismo, sino verdadera cumbre con nieves y rocas, ?quien
habria podido dudar del viaje hecho por el dios para acompanar a su
pueblo?
Asi es como la
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