s de altura, esta
impresa en la roca, en la punta que remata la cumbre. Esa huella, segun
mahometanos y judios, es la de Adan, el primer hombre que subio al pico
para contemplar la inmensa tierra, los vastos bosques, los montes y las
llanuras, las orillas y el Oceano con sus islas y sus escollos. Segun
los de Ceilan y los indios, no es un hombre, sino un Dios, el que dejo
ese rastro de su paso. Segun los brahmanes, ese dios dominador era Siva:
segun los budhistas, era Budha: segun los gnosticos de los primeros
siglos cristianos, era Jehova. Cuando los portugueses desembarcaron en
la isla de Ceilan y la conquistaron, degradaron (digamoslo asi) la
montana, que, segun su manera de pensar, no podia compararse con la de
Tierra Santa: consideran que la senal misteriosa es la huella del pie de
santo Tomas o de un antiguo misionero, apostol secundario, el eunuco de
Caudaces. Menos respetuoso aun, un armenio, Moises de Chorene,
entusiasta por su noble montana del Ararat, ve en la cima del pico de
Adan la huella de Satanas, el eterno enemigo. Finalmente, los viajeros
ingleses que, mas numerosos cada dia, suben todos los anos a la montana
santa, creen que la "divina huella" no es mas que un agujero vulgar,
groseramente redondeado. Verdad es que semejantes extranjeros son
mirados con desprecio por los convencidos peregrinos que van a
prosternarse a la cima, a besar devotamente la huella y a depositar sus
ofrendas en casa del sacerdote. Todo les parece testimonio de la
autenticidad del milagro. A algunos metros por bajo de la cima brota un
manantial: el baculo del dios le hizo surgir del suelo. Muchos arboles
crecen en las pendientes, y estos arboles (asi se les antoja a los
fieles), inclinan su ramaje hacia la cumbre para vegetar y crecer
adorandola. Las rocas del monte estan sembradas de piedras preciosas:
son las lagrimas que brotaron de los ojos del dios al ver los
padecimientos y los crimenes de los hombres. ?Como no han de creer en el
prodigio, viendo todas esas riquezas que han dado origen a los fabulosos
relatos de las Mil y una noches? Los arroyos que corren por la montana
no arrastran, como nuestros torrentes, despreciables guijarros y arena:
llevan consigo polvo de rubies, granates y zafiros: el banista que nada
entre sus ondas puede revolcarse, como las sirenas, en un lecho de
piedras preciosas.
Las razas del extremo Oriente, cuya civilizacion ha seguido marcha
distinta a la de los pueblos de raza aria, tambien han ador
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