al, habia
dejado mil veces, sin hacerles advertencia alguna, meterse a otros
hombres, hasta a los que llamaba amigos, en pasos bastante mas terribles
que el desfiladero de una montana. La idiota, la _cretina_, me habia
ensenado mi deber. De modo que, en aquello que me parecia inferior a la
humanidad, encontraba una benevolencia de la cual carecen muchas veces
los que se tienen por grandes y por fuertes. Ningun ser es bastante bajo
para no merecer amor y hasta respeto. ?Quien tiene razon, el espartano
de la antigueedad que arrojaba a una sima los recien nacidos defectuosos,
o la madre que, aunque sea llorando, amamanta y acaricia al hijo idiota
y deforme? Claro es que nadie censurara a las madres que luchan contra
toda esperanza para disputar a sus hijos a la muerte, pero es necesario
que la sociedad acuda en auxilio de esos desdichados, con la ciencia y
con el carino, para curar a los que pueda, dar toda la ventura posible a
aquellos cuyo estado no deja esperanzas y velar para que las practicas
higienicas y la comprension de las leyes fisiologicas reduzcan cada vez
mas el numero de semejantes nacimientos.
Una educacion continua puede desbaratar esas toscas naturalezas, y
cuando al afecto de la madre sucede la solicitud de un companero que
consigue que haga algun trabajo grosero el pobre inocente, este se
desarrolla poco a poco y acaba por llevar en la cara algo como reflejo
de inteligencia. Entre los innumerables cuadros que quedaron grabados en
mi memoria cuando recorri la montana, hay uno que aun me conmueve,
pasados tantos anos. Era al anochecer, en los ultimos dias del verano.
Acababan de segar por segunda vez las praderas del valle, y veia
pilillas de heno esparcidas, cuya suave fragancia me traia el viento.
Andaba por un camino sinuoso, disfrutando de la frescura de la tarde,
del olor de la hierba, de la hermosura de las cumbres iluminadas por el
sol poniente. De pronto, en una revuelta del camino encontreme en
presencia de un grupo que me llamo la atencion. Un _cretino_ de enorme
papera estaba enganchado con cuerdas a una especie de carro cargado de
heno. No le costaba trabajo arrastrar el pesado vehiculo, y no veia ni
los baches, ni los penascos diseminados, tirando como una fuerza ciega.
Pero llevaba al lado a un hermanito suyo, nino esbelto y agraciado, cuyo
rostro era todo mirada y sonrisa. Este veia y pensaba por el monstruo.
Con una senal, con tocarlo un poco, le hacia variar a la derecha o a la
izquierd
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