to hermano Toribio como loco furioso y perverso,
enemigo de si mismo para llagarse con cadenas cenidas a los rinones, y
enemigo de todo el genero humano, a quien desollaba y atormentaba en la
edad de la ninez y de la mas temprana juventud cuando se abren al amor
las almas y cuando la naturaleza y el cielo debieran sonreir y acariciar
en vez de dar azotes.
Como ya habian ocurrido casos de llevarse a los Toribios, contra la
voluntad de sus padres, a varios muchachos traviesos, y como el hermano
Toribio, durante su santa vida, habia salido a caza de tales muchachos,
no solo por toda Sevilla, sino por otras poblaciones de Andalucia,
desde donde los conducia a su terrible establecimiento, la amenaza de
los frailes parecio para broma harto pesada a D. Diego, y para veras le
parecio mas pesada aun. Hizo, pues, decir a los frailes que se
abstuviesen de embromar a su hijo, y mucho mas de amenazarle, que ya el
sabria castigar al chico cuando lo mereciese; pero que nadie mas que el
habia de ser osado a ponerle las manos encima. Anadio D. Diego que el
chico, aunque pequeno todavia, sabria defenderse y hasta ofender, si le
atacaban, y que ademas el volaria en su auxilio, en caso necesario, y
arrancaria las orejas a tirones a todos los Toribios que ha habido y hay
en el mundo.
Con estas insinuaciones, que bien sabian todos cuan capaz era de hacer
efectivas D. Diego, los frailes se contuvieron en su malevolencia; pero
como D. Fadrique (fuerza es confesarlo, si hemos de ser imparciales)
seguia siendo peor que Pateta, los frailes, no atreviendose ya a
esgrimir contra el armas terrenas y temporales, acudieron al arsenal de
las espirituales y eternas, y no cesaron de querer amedrentarle con el
infierno y el demonio.
De este metodo de intimidacion se ocasiono un mal gravisimo. D.
Fadrique, a pesar de sus chachas, se hizo impio, antes de pensar y de
reflexionar, por un sentimiento instintivo. La religion no se ofrecio a
su mente por el lado del amor y de la ternura infinita, sino por el
lado del miedo, contra el cual su natural valeroso e independiente se
rebelaba. D. Fadrique no vio el objeto del amor insaciable del alma, y
el fin digno de su ultima aspiracion, en los poderes sobrenaturales. D.
Fadrique no vio en ellos sino tiranos, verdugos o espantajos sin
consistencia.
Cada siglo tiene su espiritu, que se esparce y como que se diluye en el
aire que respiramos, infundiendose tal vez en las almas de los hombres,
sin necesidad de
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