ezas de funcionario y otros
cargos, lo cual consiguen, desgraciadamente, con harta frecuencia. Pero
pasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, y
llegan los dias felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad;
vuelve al campo, ve nuevamente los alamos del prado, los arboles del
bosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas
amarillas que el otono marchita; llenan sus pulmones con el aire puro de
la campina, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos los
aburrimientos de la escuela seran insuficientes para hacer que
desaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre. Que el
colegial salido de la carcel, esceptico y extenuado, se aficione a
seguir el tortuoso sendero que bordea al arroyo, que contemple los
remolinos de las aguas, que separe las hojas o levante las piedras para
ver salir el agua de los pequenos manantiales, y este ejercicio le hara
muy pronto sencillo de corazon, jovial y candido.
Y lo mismo que sucede a los jovenes sucede a los pueblos en su
adolescencia. A miles, los sacerdotes y directores de las naciones,
perfidos o llenos de buenas intenciones, se han armado del latigo y la
mordaza, o bien, con mayor habilidad se han limitado a hacer repetir en
todos los siglos las ideas de obediencia con objeto de matar las
voluntades y envilecer los espiritus; pero, afortunadamente, todos esos
_pastores_ que han querido esclavizar al hombre por el terror, la
ignorancia o la aplastante rutina, no han conseguido crear un mundo a su
imagen, no han podido hacer de la naturaleza un gran jardin de olorosos
naranjos, con arboles retorcidos en forma de monstruos y de enanos, con
valles cortados como figuras geometricas y rocas talladas a la ultima
moda. La tierra, por la magnificencia de sus horizontes, las frescuras
de sus bosques y la pureza de sus fuentes, ha sido y continua siendo la
gran educadora y no ha cesado de llamar a las naciones a la armonia y a
la conquista de la libertad. Tal monte cuyas nieves y hielos aparecen
en pleno cielo por encima de las nubes, tal bosque en el que el viento
ruge, o tal riachuelo que corre susurrante por prados y valles, han
hecho con frecuencia mucho mas que formidables ejercitos por la libertad
de un pueblo. Asi lo sintieron los antiguos vascos, nobles descendientes
de los iberos, nuestros abuelos: por el anhelo de libertad y altiva
valentia, construian sus residencias al borde de las fuentes, a la
sombra de los gr
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