he hecho mal,
hijo mio?
--No, padre --dijo D. Fadrique.-- Esta visto: yo necesitaba hoy de doble
acompanamiento para bailar.
--Hombre, disimula. ?Por que eres tonto? ?Que repugnancia podias tener,
si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clasico y de buena
escuela es un baile muy senor? Estas damas me perdonaran. ?No es verdad?
Yo soy algo vivo de genio.
Asi termino el lance del bolero.
Aquel dia bailo otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas,
a la mas leve insinuacion de su padre.
Decia el cura Fernandez, que conocio y trato a D. Fadrique, y de quien
sabia muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique
referia con amor la anecdota del bolero, y que lloraba de ternura filial
y reia al mismo tiempo, diciendo _mi padre era un vandalo_, cuando se
acordaba de el, dandole de latigazos, y retraia a su memoria a las damas
aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y a el mismo
bailando el bolero mejor que nunca.
Parece que habia en todo esto algo de orgullo de familia. El _mi padre
era un vandalo_ de D. Fadrique casi sonaba en sus labios como alabanza.
D. Fadrique, educado en el lugar y del mismo modo que su padre, D.
Fadrique cerril, hubiera sido mas vandalo aun.
La fama de sus travesuras de nino duro en el lugar muchos anos despues
de haberse el partido a servir al Rey.
Huerfano de madre a los tres anos de edad, habia sido criado y mimado
por una tia solterona, que vivia en la casa, y a quien llamaban la
chacha Victoria.
Tenia ademas otra tia, que si bien no vivia con la familia, sino en casa
aparte, habia tambien permanecido soltera y competia en mimos y en
halagos con la chacha Victoria. Llamabase esta otra tia la chacha
Ramoncica. D. Fadrique era el ojito derecho de ambas senoras, cada una
de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de anos cuando tenia doce
nuestro heroe.
Las dos tias o chachas se parecian en algo y se diferenciaban en mucho.
Se parecian en cierto entono amable y benevolo de hidalgas, en la piedad
catolica y en la profunda ignorancia. Esto ultimo no provenia solo de
que hubiesen sido educadas en el lugar, sino de una idea de entonces. Yo
me figuro que nuestros abuelos, hartos de la bachilleria femenil, de las
cultas latini-parlas y de la desenvoltura pedantesca de las damas que
retratan Quevedo, Tirso y Calderon en sus obras, habian caido en el
extremo contrario de empenarse en que las mujeres no aprendiesen nada.
La ciencia e
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