iciado y
estudiante de profesion, con un broquel y una espada, aprendia a gato
por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que le venia a
los alcances[65] por un estrupo[66] que no lo habia comido ni
bebido[67], que en el pleito de acreedores de una doncella al uso estaba
graduado en el lugar veintidoseno[68], pretendiendo que el pobre
licenciado escotase solo lo que tantos habian merendado[69]; y como
solicitaba escaparse del "para en uno son[70]" (sentencia difinitiva
del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si no es el vicario
Responso[71], juez de la otra vida), no dificulto arrojarse desde el ala
del susodicho tejado, como si las tuviera, a la buarda[72] de otro que
estaba confinante, nordesteado de una luz que por ella escasamente se
brujuleaba, estrella de la tormenta que corria, en cuyo desvan puso los
pies y la boca[73] a un mismo tiempo, saludandolo como a puerto de tales
naufragios, y dejando burlados los ministros del agarro[74] y los
honrados pensamientos de mi senora dona Tomasa de Bitigudino[75],
doncella chanflona[76] que se pasaba de noche como cuarto falso, que,
para que surtiese efecto su bellaqueria, habia cometido otro estelionato
mas con el capitan de los jinetes a gatas que corrian las costas[77] de
aquellos tejados en su demanda, y volvian corridos de que se les
hubiese escapado aquel bajel de capa y espada[78] que llevaba cautiva la
honra de aquella senora mohatrera de doncellazgos[79], que juraba entre
si tomar satisfaccion deste desaire en otro inocente, chapeton[80] de
embustes doncelliles, fiada en una madre que ella llamaba _tia,_ liga
donde habia caido tanto pajaro forastero.
A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso[81] y
deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizami, admiraba la region
donde habia arribado, por las estranjeras estravagancias de que estaba
adornada la tal espelunca, cuyo avariento farol era un candil de
garabato, que descubria sobre una mesa antigua de cadena[82] papeles
infinitos, mal compuestos y ordenados, escritos de caracteres
matematicos, unas efemerides abiertas[83], dos esferas y algunos
compases y cuadrantes, ciertas senales de que vivia en el cuarto de mas
abajo algun astrologo, dueno de aquella confusa oficina y embustera
ciencia; y llegandose don Cleofas curiosamente, como quien profesaba
letras y era algo inclinado a aquella profesion, a revolver los trastos
astrologicos, oyo un suspiro entre ellos mismos, que, pareci
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