rimeros padres
usaron; y acordandose don Cleofas de lo que dice el ingeniosisimo
Quevedo en su _Buscon_[357], penso[358] perecer de risa, bien que se
debe al insigne don Luis Pacheco de Narvaez haber sacado de la obscura
tiniebla de la vulgaridad a luz la verdad deste arte, y del caos de
tantas opiniones las demonstraciones matematicas desta verdad.
Habia dejado en esta ocasion la espada negra[359] un mozo de Montilla,
bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos
bizarro campeon, y arrojandose, entre otros que la fueron a tomar muy
apriesa, don Cleofas la levanto primero que todos, admirando la
resolucion de el forastero, que en el ademan les parecio castellano, y
dando a su camarada la capa y la espada, como es costumbre, puso
bizarramente las plantas en la palestra. En esto, el Maestro, con el
montante[360], barriendo los pies a los mirones, abrio la rueda, dando
aplauso[361] a la pendencia vellori[362], pues se hacia con espadas
mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para el
otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la
ropa, y a la segunda, don Cleofas, que tenia algunas revelaciones de
Carranza, por el cuarto circulo[363] le dio al andaluz con la zapatilla
un golpe de pechos, y el, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofas en
la cabeza, sobre la guarnicion de la espada; y convirtiendo don Cleofas
el reparo en reves, con un movimiento accidental[364], dio tan grande
tamborilada al contrario, que sono como si la hubiera dado en la
tumba[365] de los Castillas. Alborotaronse algunos amigos y conocidos,
que habia en el corro, y sobre el montante del senor Maestro le entraron
tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofas, que con la
zapatilla, como con agua bendita, se las quito, y apelando a su espada y
capa, y el Cojuelo a sus muletas, hicieron tanta riza[366] en el monton
agavillado, que fue menester echalles un toro para ponellos en paz: tan
valiente montante de Sierramorena, que a dos o tres mandobles puso la
plaza mas despejada que pudieran la guarda tudesca y espanola, a costa
de algunas bragas que hicieron por detras ciclopes a sus duenos[367],
encaramandose a un tablado don Cleofas y su camarada, muy falsos[368],
a ver la fiesta, haciendose aire con los sombreros, como si tal no
hubiera pasado por ellos; y acechandolos unos alguaciles, porque en
estas ocasiones siempre quiebra la soga por lo mas forastero[369],
habiendo dejar
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