Sevilla, y hoy del que con
tanta aprobacion lo es, el Conde de Salvatierra[532], gentilhombre de la
camara del senor infante Fernando y segundo Licurgo del gobierno. Y al
entrar por la calle de las Armas, que se sigue luego a siniestra mano,
en un gran cuarto bajo, cuyas rejas rasgadas descubrian algunas luces,
vieron mucha gente de buena capa[533] sentados con grande orden, y uno
en una silla con un bufete delante, una campanilla, recado de escribir y
papeles, y dos acolitos a los lados, y algunas mujeres con mantos, de
medio ojo[534], sentadas en el suelo, que era un espacio que hacian
los asientos, y el Cojuelo le dijo a don Cleofas:
--Esta es una academia de los mayores ingenios de Sevilla, que se juntan
en esta casa a conferir cosas de la profesion y hacer versos a
diferentes asumptos[535]: si quieres (pues eres hombre inclinado a esta
habilidad), entrate a entretener dentro; que por gueespedes y forasteros
no podemos dejar de ser muy bien recibidos.
Don Cleofas le respondio:
--En ninguna parte nos podemos entretener tanto: entremos norabuena.
Y trayendo en el aire, para entrar mas de rebozo, el Diablillo dos pares
de antojos, con sus cuerdas de guitarra para las orejas, que se las
quito a dos descorteses, que con este achaque palian su descortesia, que
estaban durmiendo, por ejercella de noche y de dia, entraron muy
severos en la dicha Academia, que apatrocinaba, con el agasajo que
suele, el Conde de la Torre, Ribera, y Saavedra, y Guzman, y cabeza y
varon de los Riberas. El presidente era Antonio Ortiz Melgarejo, de la
insignia de San Juan[536], ingenio eminente de la Musica y de la Poesia,
cuya casa fue siempre el museo de la Poesia y de la Musica. Era
secretario Alvaro de Cubillo, ingenio granadino que habia venido a
Sevilla a algunos negocios de su importancia[537], excelente comico y
grande versificador, con aquel fuego andaluz que todos los que nacen en
aquel clima tienen, y Blas de las Casas[538] era fiscal, espiritu
divino en lo divino y humano. Eran, entre los demas academicos,
conocidos don Cristobal de Rozas[539] y don Diego de Rosas, ingenios
peregrinos que han honrado el poema dramatico[540], y don Garcia de
Coronel y Salcedo[541], fenix de las letras humanas y primer[542]
Pindaro andaluz.
Levantaronse todos cuando entraron los forasteros, haciendolos acomodar
en los mejores lugares que se hallaron, y, sosegada la Academia al
repique de la campanilla del Presidente, habiendo referido alguno
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