monjas
de Pinto; por encima de la tapia, que servia de prolongacion al
convento, se veian las copas de los cipreses plantados junto a las
tumbas. Enfrente campeaba la ermita de los Italianos, no menos ridicula
entonces que hoy, y mas abajo, en lo mas rapido del declive, el Espiritu
Santo, que despues fue Congreso de los Diputados.
Las casas de los grandes alternaban con los conventos. En lo mas bajo de
la calle se veia la vasta fachada del palacio de Medinaceli, con su
ancho escudo, sus innumerables ventanas, su jardin a un lado y su
fundacion piadosa a otro; enfrente los Valmedianos, los Pignatellis y
Gonzagas; mas aca los Pandos y Macedas, y, finalmente, la casa de Hijar,
que hasta hace poco ostentaba en su puerta la cadena historica,
distintivo de la hospitalidad ofrecida a un monarca. Quedaba para catas
particulares, para tiendas y sitios publicos la tercera parte de la
calle: esto es lo que describiremos con mas detencion, porque es
importante dar a conocer el gran escenario donde tendran lugar algunos
importantes hechos de esta historia.
Entrando por la Puerta del Sol, y pasado el convento de la Victoria, se
hallaba un gran portico, entrada de una antiquisima casa que, a pesar de
su escudo decorativo, grabado en la clave del balcon, era en aquel
tiempo una casa de vecindad en que vivian hasta media docena de honradas
familias. Su noble origen era indudable; pero fue adquirida no sabemos
como por la comunidad vecina, que la alquilo para atender a sus
necesidades. En dicho portal, bastante espacioso para que entraran por
el las enormes carrozas de su primitivo senor, tenia su establecimiento
un memorialista, secretario de certificaciones y misivas; y en el mismo
portal, un poco mas adentro, estaban los almacenes de quincalla de un
hermano de dicho memorialista, que habia venido de Ocafia a la Corte
para _hacer carrera_ en el comercio. Constaba su tienda de tres
menguados cajoncillos, en que habia algunos paquetes de peines, unas
cuantas cajas de obleas, juguetes de chicos y un gran manojo de rosarios
con cruces y medallones de estano.
La parte de la izquierda, y especialmente el rincon contiguo a la
puerta, era un lugar en que el publico ejercia un incontestable derecho
de servidumbre. Era un centro urinario: la secrecion publica habia
trocado aquel rincon en foco de inmundicia, y especialmente por las
noches la ofrenda liquida aumentaba de tal modo, que el escribiente y su
hermano hacian proposito firme de a
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