mas triste cada vez. Una noche, en el
momento en que el rezo iba a principiar, Clara tenia abierto el
costurero, y fingiendo arreglar dentro de el alguna cosa, se ocupaba en
abrirle la boca al pajarito y meterle a la fuerza unas migajas de pan
que habia guardado en el bolsillo, cuando de repente alzo el vuelo el
animal, revoloteo por la habitacion con el hilo atado en la pata, y fue
a pararse ?donde creereis? en la misma cabeza de dona Angustias, que al
verse profanada de aquel modo, tomo tal colera, que el asma le ahogo la
voz y estuvo gesticulando en silencio diez minutos, roja como un tomate.
Clara se quedo yerta de miedo.
"Cla ... Cla ... Cla ... rita--exclamo la madre Angustias ciega de
furor.--iNina mal ... mal criada! iQue desaca ... ca ... cato es este?
Esta noche al ca ... ca ... caramanchon."
Clara fue condenada aquella noche a dormir en el caramanchon, ultima
pena que solo se aplicaba muy de tarde en tarde a los mas negros y
raros delitos. Dona Angustias continuo en su cacareo hasta que vio
cumplida la terrible orden; y a la hora en que acostumbraban a
recogerse, Clara fue llevada al presidio, que era un desvan obscuro,
fetido y pavoroso. La pobrecilla no cabia en si de miedo al verse sola
en aquel tugurio, entre mil objetos cuya forma no podia apreciar,
tendida en un miserable jergon y expuesta al aire colado, que por una
ventanilla entraba. En su desvelo, sintio las pisadas de los ratones
que en aquellos climas vivian; pisadas que en sus oidos resonaban como
si fueran producidas por los pies de un ejercito de gigantes. Se
encogio, se envolvio toda en su manta, escondiendo los pies, las manos
y la cabeza; pero las ratas corrian por encima, y saltaban, iban y
venian con una algarabia espantosa. Tambien contribuyo a aumentar el
pavor de la nina una disputa que en el tejado vecino se trabo entre dos
gatos bullangueros que lanzaban maullidos lugubres y desentonados. La
pobre no pudo dormir, y el dia la encontro hecha un ovillo, empapada en
sudor frio y temblando de miedo.
Entre estos sucesos extraordinarios y la diaria tarea del estudio y la
costura, aterrada siempre por la fascinacion terrible de los espejuelos
de la madre Angustias, paso Clara cuatro anos, hasta que, cumplidos los
once, vino Elias por ella y se la llevo a su casa.
El realista no sabia al principio que hacer de aquella nina: ocurriole
hacerla monja; pero impulsado por un repentino egoismo, resolvio
conservarla a su lado. Era solo: su ca
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