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sa necesitaba una mujer. ?Quien mejor que Clara? Su inteligencia no estaba bien cultivada, pues no sabia sino leer, escribir y hacer algunas cuentas; pero, en cambio, cosia muy bien y entendia de toda clase de labores. La hija de la Chacona crecio en casa de Coletilla, y fue mujer. Crecio sin juegos, sin amables companeras, sin alegrias, sin esas saludables y utiles expansiones que conducen felizmente de la ninez a la juventud. Elias no la trataba mal, pero tampoco era muy carinoso son ella. Los domingos la solia llevar a la Florida o a la Virgen del Puerto; una vez la llevo al teatro, y Clara creyo que era verdad lo que estaban representando. Los paseos dominicales cesaron cuando Elias tuvo ocupaciones y preocupaciones que le apartaban de su casa: entonces ella se limito a oir misa muy de manana en las monjas de Gongora, y en esta expedicion lo acompanaba, una criada alcarrena llamada Pascuala, que Coletilla habia tomado a su servicio. Este encierro perpetuo hubiera agriado y pervertido tal vez otro caracter menos dulce y bondadoso que el de Clara, la cual llego a creer que aquella vida era cosa muy natural, y que no debia aspirar a otra cosa; asi es que vivia tranquila, melancolicamente feliz, y a veces alegre. Y, sin embargo, semanas enteras pasaban sin que una persona extrana penetrara en la casa del fanatico. Parecia que toda la sociedad queria huir de aquella jaula en que estaba encerrado su mayor enemigo. Solo una excepcion existia en aquel aislamiento normal. Ya hemos dicho que don Elias fue amigo y servidor de una antigua e ilustre casa. Despues de la ruina de los Porrenos y Venegas, solo quedaron tres individuos, tres duenas venerables que conservaron relaciones amistosas con el realista. Muy de tarde en tarde iban a visitarle. Tenian un trato seco; eran intolerantes, rigidas, orgullosas. Nunca hablaban a Clara sino con palabras solemnes, que daban tristeza y abatian el animo. No podian prescindir de la etiqueta, ni aun delante de una pobre muchacha y eran tan ceremoniosas y tiesas, que Clara les llego a tomar antipatia, porque siempre que iban a la casa dejaban alli una sombra de tristeza que duraba mucho tiempo en el alma de la huerfana. En los ultimos anos, Coletilla entraba, como hemos dicho, en el periodo algido de su frenesi politico; la colera era su estado normal, y era cosa imposible que en su fanaticas obsesiones pudiera aquella alma irascible tener carinos y finezas para la pobre companera
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