que al
fin por la fuerza de los anos, se habia afilado y encorvado mas, hasta
el punto de ser enteramente igual al pico de un ave de rapina. Alrededor
de su boca, que no era mas que una hendidura, y encima de sus quijadas,
que no eran otra cosa que un armazon, crecia un vello tenaz, los fuertes
retonos blancos de su barba que, afeitada semanalmente en cuarenta anos,
despuntaban rigidos y brillantes como alambres de plata. Hacian mas
singular el aspecto de esta cara dos enormes orejas extendidas,
colgantes y transparentes. La amplitud de estos pabellones
cartilaginosos correspondia a la extrema delicadeza timpanica del
individuo, la cual, en vez de disminuir, parecia aumentar con la edad.
Su mirada era como la mirada de los pajaros nocturnos, intensa, luminosa
y mas siniestra por el contraste obscuro de sus grandes cejas, por la
elasticidad y sutileza de sus parpados sombrios, que en la obscuridad
se dilataban mostrando dos pupilas muy claras. Estas, ademas de ver
mucho, parecia que iluminaban lo que veian. Esta mirada anunciaba la
vitalidad de su espiritu, sostenido a pesar del deterioro del cuerpo, el
cual era inclinado hacia adelante, delgado y de poca talla. Sus manos
eran muy flacas, pudiendose contar en ellas las venas y los nervios; los
dedos parecian, por lo angulosos y puntiagudos, garras de pajaro rapaz.
La piel de la frente era amarilla y arrugada como las hojas de un
incunable; y mientras hablaba, esta piel se movia rapidamente y se
replegaba sobre las cejas formando una serie de circulos concentricos
alrededor de los ojos, que remataban en semejanza con un lechuzo. Vestia
de negro, y en la cabeza llevaba una gorrilla de terciopelo.
Cuando este hombre estuvo cerca del mostrador, levantose el cafetero con
recelo, se fue a la puerta de la calle y escucho atentamente algun
tiempo; volvio, se asomo a un ventanillo que daba al patio, y despues
repitio la misma operacion en una puerta que daba a la escalera. De los
tres mozos del cafe, uno solo estaba alli, roncando sobre un banco: el
amo le desperto y le despidio. Atrancada bien la puerta, volvio aquel a
su tripode, y estableciendose en ella, miro al del gorro, como si
esperara de el una gran cosa.
iBuena la han armado!--dijo en voz alta, seguro de no ser escuchado por
voces extranas--iOtro alboroto esta noche! Y dicen que la Guardia Real
prepara un gran tumulto. Usted, D. Elias, debe saberlo.
--Deje usted andar, amigo; deje usted andar, que ya llegaran,--d
|