s enteros esta desgraciada no veia mas persona que don
Elias, Pascuala, y a veces, muy de tarde en tarde, las tres melancolicas
efigies de las senoras de Porreno. Su vida era un silencio prolongado y
un hastio lento. Tan solo pudieron reanimarla y darle alguna felicidad
los cuarenta dias que, seis meses antes de estos sucesos, habia pasado
en Ateca, pueblo de Aragon, a donde Elias la mando para que disfrutara
del campo. Mas adelante veremos por que tomo Elias esta determinacion, y
lo que resulto del viaje de Clara.
--Pero es posible--continuo el militar, olvidado de que Elias estaba
cerca--?es posible que pase usted la vida de esta manera, sin mas
compania que la de ese hombre? ?Y no ha salido usted nunca de aqui, no
ha ido al campo?
--Si; estuve unos dias fuera, hace seis meses.
--?En donde?
--En Ateca. El me mando. Me puse mala, y fui alla a restablecerme.
Estuve en su pueblo.
--Ya.--dijo el militar, contento de haber encontrado un motivo, aunque
pequeno, para suponer que aquel hombre no era enteramente feroz.
--?Y lo paso usted bien?
--iAh! si: me alegre mucho de estar alli.
--?Y no quiera usted volver?
--iOh! si,--exclamo Clara, sin poder contener una exclamacion expansiva.
--Usted no debe estar aqui; usted tiene el corazon mas bondadoso que
puede existir. ?Para que, sino para la sociedad, puede haber creado Dios
un conjunto de gracias y meritos semejante? iA cuantos podria usted
hacer felices! ?No ha pensado en esto? Piense usted en esto.
Clara no parecio hacer caso de la galanteria. Quedo en silencio y
con los ojos bajos, tal vez ocupada en _pensar en aquello_, como el
joven le aconsejo. ?Quien sabe cuales serian sus reflexiones en
aquellos momentos?
El curioso esperaba una contestacion, cuando Elias, mirando hacia la
habitacion en que hablaban, exclamo:
"iClara, Clara!"
El militar se dirigio rapidamente hacia el, y disimulando su
turbacion, le dijo:
"Caballero, no he querido marcharme hasta estar seguro de su mejoria.
Aqui le contaba a esta nina el caso, y le hacia una relacion de la
imprudencia de aquellos hombres. Ya le veo a usted tranquilo y fuerte, y
me retiro, diciendole que puede disponer de mi para cuanto yo pueda
serle util.
--Gracias--contesto secamente Elias.--Clara, acompana a este caballero.
Era preciso retirarse; ya no habia pretexto alguno para permanecer alli.
Su mano estaba perfectamente vendada, y su protegido le habia indicado
la puerta. El impresionable
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