que tanto las
necesitaba. Por el contrario, mostrabase muy duro con ella; se estaba
sin hablarle semanas enteras; otras veces la reprendia con acrimonia y
sin motivo: la llamaba frivola y casquivana. Un dia, al ver que la
desventurada se habia peinado con menos sencillez que de ordinario, y se
habia vestido, reformando un poco su natural elegancia con el poderoso
instinto de la moda, que las mujeres mas apartadas del mundo poseen, la
rino, repitiendole muchas veces esta frase que le costo lagrimas a la
infeliz: "Clara, te has echado a perder." Otras veces le daba al viejo
por vigilarla, y le prohibia asomarse al balcon y abrir la puerta, es
decir, la abandonaba o la martirizaba, segun el estado de aquel espiritu
perturbador y cruel.
Clara se puso mala; se iba agostando con lentitud como el clavel que
crecia dificilmente en el patio de la escuela. Su melancolia crecio, se
puso descolorida y extenuada, y llego a hacer temer graves peligros
para su salud. Coletilla no pudo permanecer indiferente a la enfermedad
de su protegida, y trajo un medico el cual expreso su dictamen muy
brevemente, diciendo: "Si usted no manda a esta chica al campo se muere
antes de un mes."
El realista penso que la muerte de aquella muchacha seria un
contratiempo. Recordo que su hermana vivia en Ateca con su familia, y
formo su plan.
Escribio dos letras y algunos dias despues Clara entraba en el pueblo
con el corazon rebosando de alegria.
Benefica reaccion se verifico en su salud, y su espiritu, tanto tiempo
abatido por el fastidio y el encierro, se reanimo con el pleno goce de
la Naturaleza y el trato de personas alegres que la atendian y la
amaban. Aquellos dias fueron una segunda vida para la desdichada martir,
porque se regenero materialmente, adquiriendo lozania, frescura y vigor:
sus ojos, acostumbrados a la obscuridad de cuatro paredes, recorrian ya
un largo horizonte: sus pasos la llevaban a grandes distancias: su voz
era escuchada por amigas joviales y francas, por jovenes sencillos, por
viejos carinosos; su alegria era comprendida y compartida por otros; sus
inocentes deseos satisfechos; conocia la amistad, la vida familiar, la
confianza; gozaba de un cielo hermoso, de un aire puro, de un bienestar
sobrio y tranquilo, de felices y no monotonos dias, de sosegadas y
apacibles noches.
Pero durante la permanencia de Clara en Ateca pasaron cosas que
influyeron poderosamente en el resto de su vida. Vamos a referirlas,
porque de ella
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