el _tuetano_ que encerraban las palabras de su hijo; pero
agradecida a las carinosas profecias de don Pablo Bragas, tendio un
mantel y puso delante del amigo una taza de sopas en caldo gordo, que
darian rabia a un teatino.
Elias crecio mas, y siguiendo la discreta opinion de un lector del
convento de dominicos de Tarazona, que fue a predicar a Ateca el dia de
la Patrona del pueblo, le mandaron a estudiar humanidades con los padres
de dicho convento. Ya tenia doce anos; alli crecio su reputacion, y a
poco fue tan gran latino, que ni Polibio, ni Eusebio, ni Casiodoro se le
igualaran.
Tenia quince anos cuando se celebro un consejo de familia para resolver
si se le mandaba al Seminario de Tudela o a la Universidad de Alcala;
pero al fin fueron tantas y de tanto peso las razonas de don Pablo
Bragas en favor de la Complutense, que se adopto su dictamen. El
prodigio de la Naturaleza fue puesto sobre un macho, en compania da unas
alforjas que encerraban algunas, tortas y dos azumbres de vino, y
despues de algunos lloriqueos de dona Nicolas y de algunos disticos que
ensarto el de los astros, Elias partio en direccion de la patria del
inmortal Cervantes, adonde llego en cuatro dias: de viaje.
Entonces dona Nicolasa tuvo una hija. Ningun trastorno sufrio la
Naturaleza en su nacimiento.
Elias estudio en Alcala canones y teologia. Durante sus estudios, en
que mostro grande aplicacion, los maestros no cesaron de poner en las
mismas nubes al que tanto honraba la ilustre estirpe de los Orejones.
Unos esperaban en el un Luis Vives, otros un Escobar, cual un Sanchez,
cual un Vazquez o un Arias Montano. Y efectivamente, el joven era
aplicado. Pasabase las noches en vela, devorando a Eusebio, a Cavalario
y a Grotius. Atarugabase con enormes raciones diarias del libro _De
locis teologices,_ y cuando iba a clase descollaba entre todos.
Entonces principiaron a marcarse los rasgos fundamentales de su
caracter, el cual consistia en orgullo muy grande, unido a gran
sequedad de trato y a rigidez de maneras, por lo cual sus companeros no
le tenian ningun carino.
Pero su reputacion de sabio era general. Fue a su pueblo, y al entrar en
el lo primero que vio fue la venerable efigie de don Pablo Bragas, que
le saludo con un pomposo arqueo de cintura. Junto a el estaban el
alcalde, el cura y lo mas notable de Ateca, incluso el herrador. Bragas
saco un papel del bolsillo y leyo un discurso, mitad en latin y mitad en
castellano, que aplaudier
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