menor se
vendian en la tienda: rosquillas, bizcochos, galletas de Inglaterra y
mantecadas de Astorga.
No lejos de esta tienda se hallaban las sedas, los hilos, los algodones,
las lanas, las madejas y cintas de dona Ambrosia (antes de 1820 la
llamaban la tia Ambrosia), respetable matrona, comerciante en hilado: el
exterior de su tienda parecia la boca escenica de un teatro de aldea.
Por aqui colgaba a guisa de pendon, una pieza de lanilla encarnada; por
alli un cenidor de majo; mas alla ostentaba una madeja sus innumerables
hilos blancos, semejando los pistilos de gigantesca flor; de lo alto
pendia algun camisolin, infantiles trajes de mameluco, cenefas de
percal, sartas de panuelos, refajos y colgaduras. Encima de todo esto,
una larga tabla en figura de media, pintada de negro, fija en la muralla
y perpendicular a ella, servia de muestra principal. En el interior todo
era armonia y buen gusto; en el tripode del centro tenian poderoso
cimiento las caderas de dona Ambrosia, y mas arriba se ostentaba el
pecho ciclopeo y corpulento busto de la misma. Era espanola rancia,
manchega y natural de Quintanar de la Orden, por mas senas; senora de
muy nobles y cristianos sentimientos. Respecto a sus ideas politicas,
cosa esencial entonces, baste decir que quedo resuelto despues de
grandes controversias en toda la calle, que era una servilona de lo mas
exagerado.
Estas tiendas, con sus respectivos muestrarios y sus tenderos
respectivos, constituian la decoracion de la calle; habia ademas una
decoracion movible y pintoresca, formada por el gentio que en todas
direcciones cruzaba, como hoy, por aquel sitio. Entonces los trajes eran
singularisimos. ?Quien podria describir hoy la oscilacion de aquellos
puntiagudos faldones de casaca? ?Y aquellos sombreros de felpa con el
ala retorcida y la copa aguda como pilon de azucar? ?Se comprenden hoy
los tremendos sellos de reloj, pesados como badajos de campana, que iban
marcando con impertinente retintin el paso del individuo? Pues ?y las
botas a la _farole_ y las mangas de jamon, que serian el ultimo grado de
la ridiculez, si no existieran los tupes hiperbolicos, que asimilaban
perfectamente la cabeza de un cristiano a la de un guacamayo?
El gremio cocheril exhibia alli tambien sus mas caracteristicos
individuos. Lo menos veinte veces al dia pasaban por esta calle las
carrozas de los grandes que en las inmediaciones vivian. Estas carrozas,
que ya se han sumergido en los obscuros abismos
|