e hombros y besaron a Clara.
--Nosotros nos quedaremos con ella,--dijeron las dos mujeres que habian
servido al coronel cuando era rico.
--No--dijo Elias:--yo la recojo. Me la llevare conmigo, la educare.--
Las mujeres aquellas eran muy pobres. Gran carino les inspiraba Clarita;
pero al tenerla a su lado la condenaban a ser pobre como ellas para toda
la vida. Consideraban a don Elias como persona de posicion y caracter, y
no dudaron, por lo tanto, en dejarle la nina.
Permanecio, sin embargo, en Sahagun hasta 1812, epoca en que el
realista dejo las armas y se retiro a Madrid. Entonces le acompano
Clara, que no pudo separarse de sus pobres amigas sin llorar mucho, ni
pudo acostumbrarse tampoco a mirar cara a cara a su protector, porque le
daba mucho miedo.
Grande fue su tristeza cuando al despertar en un hermoso dia de Mayo se
encontro entre las obscuras paredes de la casa que conocemos en la calle
de Valgame Dios; y esta tristeza aumento cuando la llevaron al
convento-colegio de ciertas hermanas de una Orden famosa, que ensenaban
a las ninas del barrio lo poquito que sabian. Tenia la escuela todo lo
sombrio del convento, sin tener su claustro melancolico y su dulce paz.
Dirigianla unas cuantas viejas, entre quienes descollaba por su
displicencia, fealdad y decrepitud una tal madre Angustias, que usaba
una cana muy larga para castigar a las ninas, y unas antiparras verdes,
que mas que para verlas mejor, le servian para que las pobrecillas no
conocieran cuando las miraba.
Las ninas se levantaban muy temprano, y rezaban; almorzaban unas sopas
de ajos, en que solia nadar tal cual garbanzo de la vispera, y despues
pasaban al estudio, que era ejercicio de lectura, en el cual desempenaba
el principal papel la cana de dona Angustias. Trazaban luego, por
espacio de dos horas, sendos garabatos en un papel rayado; y despues de
contestar de memoria a las preguntas de un catecismo, cosian tres horas
largas, hasta que llegaba la del juego. El recreo tenia lugar en un
patio obscuro y hediondo, cuya vegetacion consistia en un pobre clavel
amarillento y tisico que crecia en un puchero inservible, erigido en
tiesto de flores. Las ninas jugaban un rato en aquella pocilga, hasta
que la madre Angustias sonaba desde su cuarto una siniestra campanilla,
que reunia en torno a su cana a los tristes angeles del muladar.
Despues de comer llevaba el rosario la madre Brigida, por no poder
hacerlo la madre Angustias, a causa del asma que
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